LA COLUMNA DEL DÍA | Algunas reflexiones sobre el silencio
Creado el Lunes, 21 de Septiembre del 2020 08:05:43 am
En casa nunca hay silencio; no al menos el que quisiera, el que mínimamente necesito. Desde muy niños hay quienes hemos detestado el ruido y dedicado horas a escuchar y a estudiar el silencio en sus múltiples formas. Las variedades que adopta la relativa ausencia de silencio, sin embargo, hacen desearlo en algún momento de la vida. El silencio, como fenómeno, es único; y quizá la mayor ausencia de ruido que no tolero, es cuando las personas que más aprecio deciden [in promptu, a la mitad de un debate o discusión] quedarse calladas, renuentes a lo sonoro.
A veces, contradictoriamente a lo que aquí afirmo, me he quedado en silencio de manera impensada ante determinadas circunstancias, como las dos veces que tuve a Ribeyro delante mío, pero la timidez me impidió enhebrar palabra o diálogo alguno alrededor de la gratitud por los libros que ha entregado a sus lectores. Lo mismo ocurrió cuando ingresé a la recién descubierta tumba de la sacerdotisa de Chotuna-Chornancap; era demasiado para calibrar la ausencia de sonido, para entender a cabalidad la magnitud del hecho, de lo que tenía ante mis ojos.
En casa nunca hay silencio y por esa razón es complicado escribir. La madrugada es un buen aliado en algunas ocasiones, pero el trasnochar desgasta; el ritmo a que me sometían los periódicos donde hace años trabajaba no es el que ahora tengo, la pandemia y el encierro forzado también han aportado su cuota. Desde la cama es posible oír los ruidos de la ciudad, el ladrido de los perros, el camión de la basura y el aullido de sirenas, el canto de las aves en el parque apenas despunta el nuevo día. En ocasiones, el silencio en la ciudad se ha parecido demasiado a un estado de coma; lo vivimos hace poco durante los primeros días de toque de queda, lo experimentamos la mañana del 8 de agosto de 1990, tras el anuncio televisivo de Hurtado Miller en la víspera anunciando el “fujishock”, el ajuste económico más dramático de la historia peruana.
A esta hora, mientras redacto estas líneas, un mariachi ensaya a voz en cuello desde los pisos superiores de la casa del frente; su garganta desbocada e insípida, se apodera de la quietud de la tarde aniquilando toda posibilidad decente de pensar. En la casa del costado, por su parte, albañiles pican paredes y cortan losetas produciendo un ruido ensordecedor. No es posible ni es sano vivir así, ya no tarda en sonar -con estrépito- la sirena que instalaron los vecinos del barrio para prevenir asaltos o la presencia de fumones. Es necesario escapar a un silencio amplio, puro y sinfónico, a una ausencia de ruido sin fisura alguna, a un silencio tenaz que permita la vida que muchos [sin saberlo] necesitan.
Del silencio que las mayorías imprimen a sus vidas respecto a lo que ocurre en este país que poco a poco se desmorona, me ocuparé otro día, otro lunes, otra tarde distinta a ésta en que sea posible pensar, escribir, respirar.
* Augusto Rubio Acosta es poeta, narrador, periodista y gestor cultural
Foto: Michael Palomino / https://am-sur.com/