LA COLUMNA DEL DÍA | La Iglesia
Creado el Jueves, 14 de Marzo del 2024 01:01:01 am

El Dios trino y uno es el fundamento de la Iglesia. Esto nos hace entender el misterio de la Iglesia. El Padre manda el Hijo al mundo y él manifiesta que Dios es amor. El Hijo traslada el don gratuito del amor a la humanidad, obrado por el Espíritu. Leemos en Efesios, 1, 4-5: El Padre “en Cristo nos eligió antes de la fundación del mundo, para estar en su presencia santos y sin mancha. En su amor nos destinó de antemano para ser hijos suyos en Jesucristo y por medio de él.”. Cristo nos reveló su misterio e inauguró en la tierra el reino de los cielos.
El día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo para dar a todos los cristianos por Cristo el acercarse al Padre. Leemos en Hechos, 1,5: “Ya les hablé al respecto, les dijo: Juan Bautista bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu santo dentro de pocos días.” Leemos en I Corintios, 2,10: “Pero a nosotros nos lo reveló Dios por medio de su Espíritu, pues el Espíritu escudriña todo, hasta las profundidades.”
La Iglesia, cuerpo de Cristo.
Encontramos esta idea sobre todo en las cartas de San Pablo. Con la palabra cuerpo, se refiere a toda la persona. Leemos en I Corintios, 12, 12-13: “Las partes del cuerpo son muchas, pero el cuerpo es uno; por muchas que sean las partes, todas forman un solo cuerpo. Así también Cristo. Hemos sido bautizados en el único Espíritu para que formamos un solo cuerpo, ya fuéramos judíos, o griegos, esclavos o libres. Y todos hemos bebido del único Espíritu.”
Leemos en I Corintios, 10, 16-17: “La copa de bendición que bendecimos, ¿nos es comunión con la sangre de Cristo? ¿Y el pan que partimos, ¿nos es comunión con el cuerpo de Cristo? Así, siendo muchos formamos un solo cuerpo, porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan.”
Leemos en Colosenses, 1, 17-20: “El existía antes que todos, todo tiene en él su consistencia. Y él es la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia, él que el principio, el primer nacido entre los muertos, para que estuviera en primer lugar en todo. Así quiso Dios que “el todo” se encontrara en él y gracias a él fuera reconciliado con Dios, porque la sangre de su cruz ha restablecido la paz tanto sobre la tierra como en el mundo de arriba.”
La Iglesia, pueblo de Dios.
Leemos en el documento del Concilio Vaticano II que “el Señor quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino organizándolos en un pueblo que Le reconociera en la verdad y Le sirviera santamente. Se eligió como pueblo suyo al pueblo de Israel, con el que estableció una alianza, pero como preparación de la nueva alianza que había de cerrarse en Cristo, convocando una nueva alianza en Espíritu de entre los judíos y todas las naciones, y constituyera un nuevo pueblo de Dios, constituido por Cristo para una comunión de vida, de caridad y de verdad.”
La elección empieza con una persona, Abrahán, para una salvación universal. Ya podemos leer en Génesis, 17,5: “No te llamarás más Abram, sino Abraham, puesto te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones.” La comunidad de los cristianos en el Nuevo testamento, se comprende como un pueblo, que sucede a Israel en la elección y la Alianza. Israel tenía la promesa, pero se cumple con Cristo con quién nace la Iglesia. Israel daba testimonio del Mesías que vendrá, pero la Iglesia testimonia que el Mesías vino. La salvación ya está otorgada y ofrecida a todas las naciones.
El Reino de Dios empieza en la tierra y será consumado en el final de los tiempos. El pueblo no solamente está en la tierra, sino que ya está, en parte, en el cielo. Los creyentes miran a Cristo como autor de unidad y paz. Leemos en I Corintios, 12, 16: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Leemos en Juan, 13,34: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse los unos a los otros como yo los ha amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros”. Cristo instituyó en su Iglesia diversos misterios: El Pontífice, los obispos, los presbíteros y los diáconos.
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".
