LA COLUMNA DEL DÍA | EL POSITIVISMO
Creado el Jueves, 7 de Marzo del 2024 01:01:01 am

El cambio de una democracia que nos llevaría de una sociedad más justa a una sociedad que escapa al control de los hombres se inicia con la aparición de la ciencia moderna. Surge el proyecto de una dominación de la Tierra por parte de la especie humana. Esto significa, en primer lugar, un conocimiento total del mundo gracias a la razón científica. Desaparecerá todo misterio de la naturaleza. En segundo lugar, aparecerá detrás de la dominación del conocimiento la dominación práctica de la voluntad, la tecnología.
La naturaleza es un conjunto de objetos materiales que el hombre puede utilizar como le parezca. Al comienzo de los descubrimientos, siglos XVII y XVIII, épocas de Descartes y Kant, se dominaba la ciencia con una óptica o un ideal de servir a la emancipación del hombre, servir a la libertad y a la felicidad. El progreso de la ciencia nos liberará del oscurantismo de los siglos anteriores y el dominio del mundo nos liberará de las servidumbres materiales.
Sin embargo, el proyecto técnico y humanista de la Época de las Luces entrará en el mundo de la competitividad. El motor de la historia ya no está en una ciencia al servicio de los ideales de la libertad y de la felicidad del hombre sino que es el resultado de la competencia. La noción de progreso cambiará de sentido. El dominio del hombre sobre el mundo se ha vuelto un proceso automático, incontrolable y ciego, es el simple resultado de la competitividad, dominar por dominar y no se sabe por qué. La técnica se dirige a los medios y no a los fines o valores.
La nueva y única finalidad es la producción y la competitividad mundial para lograr el mejor y más barato producto. También los gobiernos están sometidos a esta nueva dominación. Heidegger hizo entender que el neoliberalismo traiciona una de las promesas más fundamentales del sistema democrático: “los hombres podrán decidir sobre su propia historia”. La historia ya no tiene rumbo ni sentido. Si se entendía la ciencia como una ayuda para poner el mundo al servicio de los ideales del progreso, de la libertad y de la felicidad del hombre, hoy en día, al contrario, el movimiento de la sociedad se ha reducido al resultado de la libre competencia, un proceso ciego que escapa a la voluntad de los hombres.
Estamos en un sistema de competitividad. De acuerdo al deseo de Nietzsche, ningún ideal dirige el curso del mundo. Con justa razón Heidegger llamó a Nietzsche el “pensador de la técnica”, el que acompaña el desencantamiento de la sociedad, la desaparición del sentido y de los ideales a favor de la lógica de la voluntad de poder. En Estados Unidos el gobierno decidió eliminar los cursos de humanidades en las universidades porque no aportan a la producción. Europa va por el mismo camino. La gran exigencia de los organismos de acreditaje para los planes de estudio es la competitividad.
Se pretende formar un buen técnico, un buen instrumento al servicio de la competitividad de las empresas transnacionales del neoliberalismo. Un “buen médico”, en el sentido de un buen técnico de la medicina, puede matar o sanar a su paciente y lo primero es lo más fácil. La decisión para lo uno o para lo otro no depende de la técnica. Los poderes de transformación, y de destrucción en el caso de fracaso, son enormes porque se desarrollan sin sabiduría. El dominio de la tecnificación como competitividad del mundo coincide con la voluntad de poder de Nietzsche porque destruye todos los ideales.
También están obligando a América Latina la enseñanza de la competitividad en nombre del progreso. Sin duda, América Latina necesita el desarrollo tecnológico pero no con la condición de la deshumanización.
Esto nos obliga en primer lugar a superar la filosofía del materialismo que reduce todos los ideales a productos ilusos de la naturaleza.
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".
