LA COLUMNA DEL DÍA | Primera y última línea de fuego
Creado el Martes, 5 de Mayo del 2020 08:35:37 am
El puerto que todos quieren, que las mayorías aman y recuerdan con nostalgia, nunca estuvo en las películas; tampoco figura a carta cabal en los escasos libros de historia de la ciudad o en fotografías antiguas, esa extraña y misteriosa forma de evadir quiénes somos en realidad, que nos enrostra lo que hemos dejado de ser por mano propia y escandalosa desidia.
Chimbote ha sido por largas décadas tierra y hogar para todos, una playa habitada por numerosas y diversas culturas. Un lugar donde distintas religiones y orígenes se cruzaron, donde diversas nacionalidades y sangres se mezclaron produciendo ideas buenas y malas, estupendos sueños y rotundos fracasos. Aquí se forjaron también imaginarios inconclusos, inexplicables modos de vida. De la ciudad que nos robaron, del mar que nuestros padres y abuelos entregaron a cambio de un miserable plato de lentejas, nada queda. Memoria y nostalgia se funden en una urbe que no ha sabido vivir, estar a la altura de las circunstancias, de la historia y de las posibilidades que florecieron históricamente en su seno. Hoy, a la hora del oxígeno y la angustia, de la emergencia, de la tos y de las fiebres, muchos preguntan, afirman y se indignan con alevosía, alzheimer y tardanza: ¿Por qué hay tantos muertos?, ¿por qué las medidas restrictivas no se han impuesto en la batalla?, ¿por qué hospitales, galenos y burócratas no responden con igual vitalidad a la emergencia, a las enloquecidas ganas de vivir en cuidados intensivos de los nosocomios, por encima de mascarillas, carencias y errores, de negligencias, individualismo y discriminaciones?
En las afueras del puerto, a la vera de las vías por donde cientos de ancashinos avanzan a pie de regreso a sus orígenes, la ciudad imposible que somos les respira en la nuca. El rumor de la lluvia en las alturas los llama, el crujir de las corrientes, de las aguas donde se agita su infancia, también sus mejores días. Sobre las ruinas de un tiempo equivocado y de una urbe corrupta, inmanejable y podrida, se esconde un cúmulo de inconfesables secretos. “Atarnos a Chimbote ha constituido, sin duda, nuestro mayor infortunio. Arraigarse es el inicio de la vejez; y no estamos viejos, no nos asusta volver a empezar”.
En el puerto que todos quieren sólo se sabe de muestras procesadas y resultados negativos, de hospitalizados, incinerados y defunciones. Los informes de Epidemiología de la Dirección Regional de Salud van y vienen en los medios y fake news, pero a casi nadie le importa. El fervor de los mercados, bodegas y chacra a la olla, compite en intensidad con el consumo que anida en la mente de los hijos del delivery, del sobreprecio y del retail. Estamos ante una violenta irracionalidad que conmueve, una muerte y un presagio anunciados. ¿Qué hacer a la orilla de esta sombra, de este manojo de hombres y mujeres arruinados por la humillante oscuridad de su incapacidad para gobernar, para solucionar problemas y constituirse en seres humanos aunque sea a la hora del colapso?, ¿qué hacer con estas gentes de espíritu tan pobre, de alma desnutrida y ebrias ideas abismadas?
La montaña de cadáveres en Áncash y las altas tasas de letalidad en Chimbote a esta altura de la pandemia, son insulto y denuncia, consecuencia de décadas de capitalismo depredador y politiquería barata, de corrupción a gran escala, desidia ciudadana e inexistencia de políticas públicas en los sectores imprescindibles; es negligencia recurrente, errores graves cometidos. El problema que hoy se afronta y contra el que nadie puede es en el fondo cultural; no cuesta nada darse cuenta, qué distinto sería si contáramos con una auténtica ciudadanía que se adaptara y fortaleciera frente a la adversidad de la emergencia, que se constituyera en un frente importante de lucha contra el caos sanitario. En el puerto hay una histórica herida profunda en el alma de su gente; nos acercamos al abismo y casi nadie piensa en la cultura como espacio de comunión, de resistencia. Así es la vida por aquí, en la que debería ser la primera [pero es la última] línea de fuego.
* Augusto Rubio Acosta es poeta, narrador, periodista y gestor cultural
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