LA COLUMNA DEL DÍA | Instituto Pedagógico: el asesinato de una filosofía
Creado el Jueves, 5 de Noviembre del 2020 12:37:58 pm
Aunque esta semana tenía pensado escribir sobre política, se me vino a la mente una parte de mi historia que quiero compartir: mi filosofía educativa. Y digo que es mía no porque la inventé, sino porque con ella me formé y la internalicé. Aunque me expreso en primera persona, tengo la seguridad de que llevo la voz de personas que vivieron lo mismo que yo, o que coincidirán en que nuestra forma de pensar y vivir el servicio educativo sigue vigente.
Iniciando la década del noventa, por circunstancias del destino y de la economía familiar, me quedé a estudiar en el Instituto Superior Pedagógico de Chimbote, en ese tiempo dirigido por la Institución Teresiana, bajo el carisma del hoy santo Pedro Poveda. Por aquel entonces, tuvimos excelentes formadores, no con pergaminos de cartón sino con la sabiduría de la experiencia, una forma de pensar y vivir la vocación, y con una filosofía educativa detrás de sus enseñanzas, que practicaban la horizontalidad y que trataban y se dejaban tratar de tú a tú, sin complejos.
Aprendí que la educación es necesariamente una tarea liberadora: educar es liberar a las personas de la opresión, de la ignorancia y de la manipulación. Si no cumple ese propósito, entonces no es educación; a lo mucho es instrucción, adiestramiento o adoctrinamiento, pero de ninguna manera educación.
Esto solo se puede entender a través de tres claves: 1. La educación es, ante todo, una tarea de humanización. 2. La educación es vocación de servicio y solidaridad. 3. La educación es un proceso en continuo cambio.
La educación es, sin duda, una tarea de humanización, porque se entiende que –como dice la investigadora y docente universitaria Edith Subelete Auccacusi– “la humanización es el proceso por el cual el ser humano responde a su capacidad altruista de dar lo mejor de sí para la sociedad y el mundo en el que vive, pero para ello la educación debe cumplir el rol de formar a la persona de manera holística, es decir, entender al hombre como un ser biopsicosocial. Ello implica hacer de sus miembros seres aptos para el entorno en el que vivimos”. ¿De qué sirve saber tanto si no es bien utilizado? Ejemplos en nuestra sociedad abundan.
La educación es vocación de servicio y solidaridad porque la educación requiere vocación, predisposición para influir positivamente en la vida de los demás; es decir, no solo es un trabajo para recibir el cheque a fin de mes; es servir, ser útil para las vidas que por años nos confían. Por otro lado, se concibe la solidaridad no solo como hacer algo que a mí también me conviene, sino más bien hacer lo que sea necesario más allá del interés propio.
La educación como proceso en continuo cambio se refiere a la dialéctica aplicada a la educación. Los nuevos tiempos traen nuevas exigencias, nuevos desafíos sociales; no podemos seguir “enseñando” como hace un siglo, hoy tenemos que abordar la educación con ingenio y creatividad, no con recetas mal copiadas; en resumen, lo único permanente en educación es el cambio.
En nuestra formación, no se trataba de ser simples mediadores de transmisión de contenidos del currículo del Ministerio de Educación hacia los estudiantes; se trataba de formar a formadores. Entonces el razonamiento se resumía así: si formas bien a un futuro maestro, estás contribuyendo a que treinta familias se formen mejor, pues los niños que educas ahora crecerán y tendrán familia, y así contribuyes a una sociedad mejor. Ese era el fin; no era solo conseguir trabajo y el salario de fin de mes. La misión institucional era contribuir a una sociedad mejor; no solo ganar concursos y trasmitir conocimientos como autómatas; a nosotros nos educaron para pensar, no para obedecer; respetar el orden y la autoridad, sí, pero con espíritu crítico.
Hoy, de ese Pedagógico quedan solo las paredes y una excelente biblioteca; de la pedagogía alternativa y progresista quedan solo unos amarillentos libros de Paulo Freire, y de la filosofía de san Pedro Poveda queda solo un cuadro en la pared. Lo más doloroso es que ese faro que significaba un instituto pedagógico, a la vanguardia de la educación peruana, no un furgón de cola como ahora, ha sido apagado por los mismos que vivieron esta filosofía y a quienes sus fundadores les confiaron ese cuidado. No tengo claro si fue un parricidio o un filicidio, pero de lo que sí tengo certeza es que se mató una alternativa progresista, frente a la posibilidad de ser simples repetidores del ministro de turno.
Ojalá este humilde comentario pueda reavivar el fuego en los corazones de muchos maestros que tienen dentro de sí esta misma mística. ¿O ustedes creen que esta forma de pensar la educación ya no sirve?
* Miguel Arista Cueva es docente y abogado. Consultor, conferencista, especialista en gestión pública, educación y derecho administrativo. Fue director regional de Educación de Áncash y del Colegio de Alto Rendimiento de Cajamarca.
Foto: www.comunidadbaratz.com