LA COLUMNA DEL DÍA | El aniversario 50 del colegio Argentino y la gesta para su reconstrucción
Creado el Viernes, 13 de Octubre del 2023 02:11:36 pm | Modificado el 13/10/2023 02:20:21 pm
“¡No tengo plata! ¿Quiere que le mienta?”, respondió la ministra de Educación ante la solicitud de una comisión que, con mucho esfuerzo e incertidumbre, se había trasladado a la capital. Directivos, profesores, madres de familia y estudiantes del colegio República Argentina, de Nuevo Chimbote, habían viajado a Lima con la esperanza de lograr financiamiento para la reconstrucción de una institución educativa que de “emblemática” solo tenía una resolución que así lo declaraba. No nos amilanamos y argumentamos todo lo que pudimos: “Su ministerio podía destinar presupuesto”, le dijimos. Regresamos insatisfechos y dispuestos a seguir reclamando hasta que nos atendieran. Y así fue.
Después de renunciar a un alto cargo, me reincorporé a la Dirección, de la cual era titular, coincidiendo con la emisión de una resolución que incorporaba a la institución educativa República Argentina a un listado de instituciones educativas emblemáticas y centenarias. Indagué y era solo eso: una declaración que reconocía el origen y la historia del plantel, pero no había más. No obstante, decidimos que eso no podía quedar así, algo había que hacer.
Quienes conocieron y disfrutaron el local antiguo de la institución en su esplendor recuerdan que era hermoso; dejaba admirar su peculiar arquitectura, de la que sobresalían sus piletas; sin embargo, el paso del tiempo y la falta de cuidado lo redujeron a su mínima expresión, con bases y columnas corroídas; de las hermosas piletas, solo los recuerdos quedaban. Por años nadie se ocupó como debiera de conservar tan majestuosa arquitectura; lo que heredaron los nuevos estudiantes fue un local sumamente deteriorado.
Así como los estudiantes de antaño pudieron gozar de un buen local, los nuevos también lo merecían, no tenían por qué estudiar en recuerdos o escombros que no eran suyos; no era justo. Entonces, algo había que hacer y solo teníamos una oportunidad, una declaración… pero le agregamos algo más: la decisión de exigir un nuevo local y una comunidad educativa cohesionada, respaldando esa decisión dura, intrépida, difícil y hasta peligrosa.
Empezamos nuestra larga travesía solicitando la declaratoria de emergencia de la infraestructura del colegio. La precariedad y el riesgo era evidente, así que la otorgaron con celeridad. El siguiente paso fue recurrir a las autoridades que tenían voz y llegada al Ministerio de Educación. Pero, con decir que ni siquiera las autoridades educativas ayudaron, graficamos lo infructuoso que nos resultó este pedido. Huérfanos de apoyo, solo nos teníamos a nosotros mismos: la comunidad educativa del colegio Argentino, como también se le conoce.
¡No nos rendimos! Las madres de familia encabezaron la protesta. El local había sido declarado en emergencia y, por tanto, no iban a poner en riesgo la integridad de sus hijos. Toda la prensa chimbotana se solidarizó con nosotros y transmitía nuestra causa, que no solo era nuestra, sino de todo Chimbote. Pero, como suele pasar, si no somos visibles en Lima, no existimos. La prensa nacional solo se fija en las provincias si hay una hecatombe. Los periodistas locales nos apoyaban con su permanente cobertura, pero seguíamos siendo ignorados por las autoridades locales, provinciales, regionales y nacionales.
Pensando en alternativas, un día se me acerca alguien y me dice en voz baja: “Profe, saque sus carpetas y haga clases en la calle; de otro modo, no le van a hacer caso”. Era un periodista que cubría la información a diario, con una idea pertinente, pero arriesgada; era jugar al límite; aunque tenía todo el respaldo, me jugaba más que mi carrera y hasta mi libertad. ¿Si se accidentaba alguien? El director será el responsable. Era consciente del peligro, lo consulté con mi equipo directivo, con las madres, con los profesores y hasta con los estudiantes. Y entonces ¡salimos a la calle a hacer clases en la pista! Aun con todas las precauciones posibles, el riesgo era inminente. Pero nos jugamos todo.
Así, al fin conseguimos la atención de la prensa nacional y, con ello, la de los congresistas. No obstante, no era suficiente. Habíamos empezado, pero se tornaba muy difícil seguir sosteniendo la medida de hacer clases en la pista, más aun cuando la directora de UGEL de ese tiempo, en lugar de apoyar, digitada por el director regional de Educación de turno, en entrevista radial desde Huaraz, anunciaba que me iba a destituir. Un director amigo, más experimentado, con preocupación me aconsejó: “Miguelito, ya para, te van a sancionar. Hazlos pasar”. “Gracias ―le dije―, pero no puedo retroceder, ya estoy jugado”. Y es que no podía traicionar la confianza que habían depositado en mí.
Al paso de los días teníamos que ir variando las medidas de lucha, que solo las conocían con anterioridad un reducido número de personas. No faltó el figuretti acostumbrado a que lo elijan para todo, que quería saber todo, firmar todo y aparecer en todo, importando más su ego que la causa que nos convocaba; había que cuidarnos también de la infidencia. Otra vez, teníamos mucho en contra, ahora internamente también, pero teníamos que seguir.
Con el paso de los días nos fueron escuchando, pero no nos confiábamos. Las madres ya habían dicho que los estudiantes no ingresarían a las aulas porque las paredes podían caer sobre ellos, y ese fue el argumento para salir a las calles, pero un día más afuera era un día más de peligro para nuestros niños. Entonces, optamos por instalarlos en el patio. Los profesores jugaron también un papel fundamental preparando su material y aglutinando a los estudiantes, siempre con las madres y padres dando soporte a las decisiones.
Como es evidente, en esas condiciones era muy difícil que los estudiantes aprendieran. Como los días pasaban, solicitamos a nuestro colegio vecino de Casuarinas que nos prestara sus aulas vacías en el turno de la tarde. Nos trasladamos hacia allá, pero el director no nos permitió el ingreso aduciendo que “los profesores no quieren”, así que tuvimos que regresar nuevamente cruzando el arenal en pleno sol. Protesté por ese acto innoble y, por ese dicho, ese director me denunció ante una UGEL que, en vez de ayudar y poner autoridad, estorbaba.
¿Ahora qué hacemos? ¡Pues lo que sea, menos rendirnos! Hicimos aulas de esteras en la losa deportiva. Casi todos estaban de acuerdo, menos uno: “¿Cómo nosotros vamos a estar en esteras? ¡No puede ser!”. Era el figuretti, que luego, falsamente, se arrogaba logros ajenos. Menos mal que nadie más le hizo caso: toda la comunidad educativa estaba unida, los intereses particulares no podían dividirnos. Yo sabía que, si nos ‘encargaban’ en algún otro colegio, nunca iban a reconstruir nuestro local escolar.
Luego pasamos a la vigilia. Pedimos a la alcaldesa provincial y al alcalde distrital de aquel entonces que nos apoyaran para movilizar a nuestra comisión a Lima: ninguno nos hizo caso. Entonces, tramamos un ardid: le dijimos a ella que el alcalde distrital estaba viniendo a dar su apoyo, y a él le dijimos que la alcaldesa provincial ya estaba viniendo; así, ambos, que no podían venir, se encontraron en nuestra vigilia. Aunque solo sirvió para lo foto, forma parte de la historia y de la anécdota.
Logramos viajar a Lima junto a madres de la Apafa, directivos, el alcalde escolar y una niña de sexto grado a quien conocí porque había dado declaraciones muy claras a un corresponsal nacional. La ministra de Educación se presentaba en el Congreso la pequeña de sexto grado fue nuestra punta de lanza: ella tomo del brazo a la ministra cuando daba sus declaraciones, y no la soltó hasta que nos atendió en una oficina donde no dejó entrar a nadie, y solo se pudo tomar una única fotografía en la que aparece la congresista que más nos apoyó. En esa reunión se nos escuchó, pero se nos dijo que no, tal como narro al inicio. Igual, seguimos insistiendo hasta que, tiempo después, al fin nos dieron el presupuesto para financiar la reconstrucción.
Allí termina la primera parte de una historia de lucha, que da inicio a una etapa más larga de peripecias, luchas, paciencia, unidad, lealtad y compromiso con una causa colectiva, pero también de insultos, deslealtades, difamaciones e injusticias. Nos tomó años alcanzar el objetivo, pero lo logramos gracias al esfuerzo de muchas personas, sabiendo que, como la tierra prometida, ellos no lo disfrutarían, pero sí los que venían después. Una promoción entera que luchó y permaneció leal, mordiendo arena, padeciendo mucho, pero apoyando siempre. A ellos les rindo mi más sentido homenaje al cumplir el colegio Argentino 50 años de vida institucional.
A estas alturas puede parecer irresponsable e irracional haber hecho todo lo que nos atrevimos; no estoy seguro de si volvería a hacerlo, pero sí estoy seguro de que si hubiéramos optado por seguir mandando una tonelada de oficios, hasta hoy seguiríamos esperando, tal como pasa con otras instituciones educativas. De lo que también estoy seguro es de que hicimos lo que teníamos que hacer y que Dios puso a mi cargo a un hermoso e inigualable grupo humano que hizo historia, y, lo más bonito y extraordinario en nuestros tiempos, arriesgándolo todo por la búsqueda del bien común.
Con este recuerdo rindo homenaje a todos esos luchadores anónimos, tal vez olvidados, que nunca pudieron disfrutar lo que consiguieron, pero que llevan dentro de sí la satisfacción del deber cumplido. Finalmente, a quienes creen en las causas nobles y aún luchan incansablemente por sus sueños, les digo: ¡no desmayen nunca!
* Miguel Arista Cueva es docente y abogado. Consultor, conferencista, especialista en gestión pública, educación y derecho administrativo. Fue director regional de Educación de Áncash y del Colegio de Alto Rendimiento de Cajamarca.
Foto: Diario Correo