LA COLUMNA DEL DÍA | EL PECADO
Creado el Jueves, 1 de Febrero del 2024 01:01:01 am
Falta que la persona perjudicada decide restablecer la relación perdida. El debe tener la voluntad de aceptar el perdón y querer recomenzar la relación. Dependemos de la misericordia de la persona dañada. Esto puede afectar nuestra conciencia. No siempre se logra que el otro acepta el perdón. A menudo tenemos la tendencia de perdonar, pero no de olvidar. Siempre está presente la condena del que nos hizo daño. También debemos perdonar a nosotros mismos, pero necesitamos el perdón del otro para tranquilizar nuestra conciencia. Además, no podemos asegurar que ya no cometeríamos este error.
Se trata de una falta en las relaciones humanas, pero este hecho tiene una dimensión religiosa. Dios quiere que nosotros tengamos una relación con los demás, igual a la que tenía Jesús con todos. Jesús contesta al fariseo que la ley principal es el amor a Dios y al prójimo como a así mismo. En el Nuevo Testamento leemos como Cristo señala las prohibiciones. Romanos, 13,13: “Comportémonos con decencia, como a plena luz: nada de banquetes y borracheras, nada de lujuria, y vicios, nada de pleitos y envidias. Más bien revístanse del Señor Jesucristo”.
Cristo nos invita al cambio. No se comienza a ser una persona nueva por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida. El nuevo mandamiento del amor que Cristo anuncia en la última cena es una ley interna que el Espíritu Santo infunde en nosotros. La ley del amor es la ley esencial del ser humano nacido de nuevo (Juan, 3,5). La fe nos acerca a Dios. Solo dentro de la fe, la voluntad de Dios se vuelve ley. Esto significa que solo por la fe podemos entender la falta como un pecado. La conciencia de cometer pecado es una conciencia de fe.
El pecado va mucho más allá que cometer un acto malo en contra de las normas morales. Se trata de no cumplir la palabra de Dios. Pecar es no creer en Dios que nos ha dado la vida. Pecador es el ser humano que rechaza la dependencia de Dios y de los demás para poder realizarse. Nadie ha decidido nacer y existir y tampoco ha creado a los demás. Sin embargo, el ser humano puede encerrarse en su propia soberbia y arrogancia. El considera a sí mismo como norma para la realidad. Considera que sus conocimientos y su poder son la normas para toda la realidad. El decide por sí solo lo que está bien y lo que está mal. El niega la realidad a todo lo que el no puede explicar o lo que el no puede hacer. El pecado es más profundo cuando se actúa concientemente contra Dios, haciendo el mal.
Este hombre se vuele solitario o se junta con otros en una vida de corrupción. Se ve a los demás como una amenaza. Solo busca protegerse a sí mismo. Tiene ansias de riquezas, de poderes y placeres sin preocuparse de los demás. Además, nunca tiene suficiente. Mateo, 25, 44: “Estos preguntaron también: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, o sediento, desnudo o forastero, enfermo encarcelado, y no te ayudamos?”. El Rey les responderá: En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mi”. Y estos irán a un suplicio eterno y los buenos a la vida eterna”.
A menudo escuchamos la pregunta: ¿Por qué un millonario entra también en la corrupción si ya tiene todo? El está dispuesto a hacer cualquier cosa para lograrlo y nunca está satisfecho por su egocentrismo y egoísmo. El desarrolla una mentalidad de dominio. Vemos cómo las ideologías del liberalismo y del socialismo terminan en grupos cuyos miembros tienen como principal y único objetivo el poder y el dinero. El pecado original nos enseña que nacemos en situaciones de pecado. El ambiente está malogrado. El ser humano se vuelve víctima de estos grupos. El está preso en esta red invisible de poder y de corrupción. Como dice San Pablo, el pecado se vuelve un poder. San Pablo, Romanos: 3,9: “¿Tenemos, entonces, alguna superioridad? Si y no. Acabamos de demostrar que todos, judíos y no judíos, están bajo el dominio del pecado”. Hoy lo llamamos el pecado social o estructural. Jesús condena también a grupos, como a los fariseos. Leemos en las palabras de María: “deshizo a los soberbios, derribó a los poderosos y despidió a los ricos” (Lucas: 1, 50-53). Juan Pablo II habla de las estructuras de pecado que radican en el pecado personal de personas que las introducen y mantienen (Sollicitudo rei sociales, 36). Los líderes mundiales y nacionales del dinero y del poder político ponen a todos en la situación de corrupción y pecado. Condicionan a todos. Sin embargo, solo el cambio de estructuras no va a salvar la humanidad porque no elimina las guerras, el egoísmo, la envidia, el odio, el asesinato, la extorsión, la trata de personas, el chantaje, la estafa, la coima, la mentira, la explotación etc.
El ser humano no puede salvarse a sí mismo del pecado. El necesita ser salvado. Dios lo hace por medio de Cristo. No tenemos salvación por una falta, pero si del pecado. Una falta sin Dios, nos encierre en la estrechez de nuestra vida. La misericordia infinita de Dios nos salva de una vida acomplejada.
Romanos 6,6: “Como ustedes saben, el hombre viejo que está en nosotros ha sido crucificado con Cristo. Las fuerzas vivas del pecado han sido destruidas para que no sirvamos más al pecado”.
Se entiende los pecados como actos concretos y se olvida que estos actos son la expresión de una actitud fundamental. Esta actitud califica los actos. No son los buenos actos que hacen bien a la persona sino una buena persona hace siempre el bien. No son los actos malos que hacen la persona mal sino la persona perversa que actúa siempre mal. Los actos brotan del núcleo o la fuente de la persona. Si el corazón es puro, lo que saldrá será puro. Mateo, 15,19: “En cambio lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que hace impura a la persona. Del corazón salen malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad, sexual, robos, mentiras, chismes”.
El concilio vaticano II señala que existen actos que, independientemente de las circunstancias o intenciones, son gravemente ilícitos: homicidios de cualquier género, coacción psicológica, trata de mujeres, prostitución, esclavitud, condiciones ignominiosas de trabajo, torturas, condiciones inhumanas de vida y encarcelamientos arbitrarios.
Lo importante es la actitud fundamental de la persona. ¿Cómo quiere uno orientar su vida? Solo quedan dos caminos. O bien busca establecer buenas relaciones con los demás, servir, o bien quiere poner los demás a su servicio Leemos en Mateo, 10,39: “El que antepone a todo, su propia vida, la perderá, y el que sacrifique su vida por mi causa, la hallará”. El que no vive de acuerdo a estas palabras, se aleja de Dios, de si mismo y de los otros seres humanos. Una buena persona puede perder la actitud fundamental orientado hacia el bien como una persona mala puede renunciar a su actitud y asumir una posición positiva. El hombre se libera del pecado cuando se arrepienta ante Dios y recibe la gracia de perdón. “Yavé, Yave, es un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera, rico en amor y en fidelidad” (Exodo, 34,6).
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".