San Pablo
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:24:37 pm
"The Conversion of St. Paul" en "The Expositor", 3ª serie, X, 1889, 241-62. Sabatier de acuerdo con los críticos más independientes ha dicho (L'Apotre Paul, 1896, 42): “Estas diferencias no pueden en absoluto alterar el hecho, el objeto narrado es extremadamente remoto no tratan ni siquiera de las circunstancias que rodearon el milagro sino con las impresiones subjetivas que los compañeros de San Pablo recibieron en esas circunstancias…” Utilizar esas diferencias para negar el carácter histórico del hecho es hacer violencia al texto adoptando una actitud arbitraria. Todos los esfuerzos hechos para explicar la conversión de San Pablo sin recurrir al milagro han fracasado. Las explicaciones naturalísticas se reducen a dos: o San Pablo creyó verdaderamente ver a Cristo mientras sufría una alucinación o creyó verlo solo a través de una visión espiritual que la tradición, recogida en los Hechos de los Apóstoles, convirtió luego en visión material. Renan lo explica todo por una alucinación debida a la enfermedad, y acaecida a causa de una combinación de causas morales como la duda, el remordimiento, el temor, y algunas causas físicas como la oftalmía, la fatiga, la fiebre, la transición rápida del desierto tórrido a los jardines frescos de Damasco, quizá en medio de una tormenta repentina acompañada de rayos y relámpagos. Esta combinación múltiple habría producido, según Renan, una conmoción cerebral con fase de delirio que San Pablo tomó de buena fe como la aparición de Cristo.
Los otros partidarios de la explicación natural evitan la palabra alucinación pero caen, pronto o tarde, en la explicación de Renan la cual hacen más complicada. Por ejemplo Holsten, para el que la visión de Cristo es simplemente la conclusión de una serie de silogismos por los que Pablo se persuadió a sí mismo de que Cristo había verdaderamente resucitado. También Pfleiderer, para el que la imaginación juega un papel más importante: "Un temperamento nervioso, excitable; un alma violentamente agitada por las más terribles dudas; una fantasía de lo más vívido, llena de las terribles escenas de persecución por un lado, y por el otro con la imagen ideal del Cristo celeste; la proximidad de Damasco que implicaba la urgencia de la decisión, la intransigencia que lleva a la soledad, el calor cegador y dolorosísimo del desierto. De hecho, todo esto combinado, produjo un estado de éxtasis en los que el alma cree ver las imágenes y los conceptos que violentamente la agitan como si fueran fenómenos del mundo externo" (Lectures on the influence of the Apostle Paul on the development of Christianity, 1897, 43). Hemos citado a Pfleiderer palabra por palabra porque su explicación “sicológica” se considera la mejor que se haya desarrollado nunca. Y sin embargo, se ve fácilmente que es insuficiente e incluso en total contradicción con el documento escrito de los Hechos en tanto que testimonio expreso de San Pablo mismo. (1) Pablo está seguro de haber "visto a" Cristo como los otros apóstoles lo hicieron (I Cor., ix, 1); él mismo declara que Cristo se le “apareció” (I Cor., xv, 8) como a Pedro, Santiago o a los doce después de su resurrección. (2) Él sabe bien que su conversión no es el fruto de ningún razonamiento humano, sino de un cambio imprevisto, repentino y radical debido a la gracia omnipotente (Gal., i, 12-15; I Cor., xv, 10). (3) Es falso atribuirle dudas, perplejidades o remordimientos antes de su conversión. Pablo fue detenido por Cristo cuando su furia alcanzaba el máximo furor (Hechos, ix, 1-2); perseguía a la Iglesia “con celo” (Fil., iii, 6), y fue acreedor de la gracia porque actuó con "ignorancia en su creencia de buena fe" (I Tim., i, 13). Todas la explicaciones sicológicas o no, carecen de valor ante estas afirmaciones, puesto que todos suponen que la causa de su conversión fue su fe en Cristo mientras que, según los testimonios concordantes de los Hechos y las Epístolas, fue la visión de Cristo la que motivó su fe.
Después de su conversión, de su bautismo y de su cura milagrosa Pablo empezó a predicar a los judíos (Hechos, ix, 19-20). Después se retiró a Arabia, probablemente a la región al sur de Damasco. (Gal., i 17), indudablemente menos a predicar que a meditar las escrituras. A su vuelta a Damasco, las intrigas de los judíos le obligaron a huir de noche (II Cor., xi, 32-33; Hechos, ix, 23-25). Fue a Jerusalén a ver a Pedro (Gal., i, 18), pero se quedó solamente quince días porque las celadas de los griegos amenazaban su vida. A continuación pasó a Tarso y allá se le pierde de vista durante seis años (Hechos, ix, 29-30; Gal., i, 21). Bernabé fue en busca suya y lo trajo a Antioquía donde trabajaron juntos durante un año con un apostolado fructífero. (Hechos, xi, 25-26). También juntos fueron enviados a Jerusalén a llevar las limosnas para los hermanos de allá con ocasión de la hambruna predicha por Agabus (Hechos, xi, 27-30). No parecen haber encontrado a los apóstoles allí esta vez ya que se encontraban dispersos a causa de l persecución de Herodes.
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