Sabías que?
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:27:59 pm
a los cautivos, restituir la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos, y predicar un año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 16-19). Haciendo propia la misión del Señor, la Iglesia anuncia el Evangelio a todos los hombres y mujeres, para su salvación integral. Pero se dirige con una atención especial, con una auténtica « opción preferencial », a quienes se encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave necesidad. « Pobres », en las múltiples dimensiones de la pobreza, son los oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos, los pequeños y cuantos son considerados y tratados como los «últimos» en la sociedad.La opción por los pobres es inherente a la dinámica misma del amor vivido según Cristo. A ella están pues obligados todos los discípulos de Cristo; no obstante, aquellos que quieren seguir al Señor más de cerca, imitando sus actitudes, deben sentirse implicados en ella de una manera del todo singular. La sinceridad de su respuesta al amor de Cristo les conduce a vivir como pobres y abrazar la causa de los pobres. Esto comporta para cada Instituto, según su carisma específico, la adopción de un estilo de vida humilde y austero, tanto personal como comunitariamente. Las personas consagradas, cimentadas en este testimonio de vida, estarán en condiciones de denunciar, de la manera más adecuada a su propia opción y permaneciendo libres de ideologías políticas, las injusticias cometidas contra tantos hijos e hijas de Dios, y de comprometerse en la promoción de la justicia en el ambiente social en el que actúan[207]. De este modo, incluso en las actuales situaciones será renovada, a través del testimonio de innumerables personas consagradas, la entrega que caracterizó a fundadores y fundadoras que gastaron su vida para servir al Señor presente en los pobres. En efecto, Cristo «es indigente aquí en la persona de sus pobres [...]. En cuanto Dios, rico; en cuanto hombre pobre. Cierto ese Hombre subió ya rico al cielo donde se halla sentado a la derecha del Padre; mas aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y desnudez»[208].
El Evangelio se hace operante mediante la caridad, que es gloria de la Iglesia y signo de su fidelidad al Señor. Lo demuestra toda la historia de la vida consagrada, que se puede considerar como una exégesis viviente de la palabra de Jesús: « Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis » (Mt 25, 40). Muchos Institutos, especialmente en la época moderna, han surgido precisamente para atender a una u otra necesidad de los pobres. Pero aun en los casos en que ésta no haya sido la finalidad determinante, la atención y la solicitud por los necesitados, manifestada a través de la oración, la acogida y la hospitalidad, han acompañado naturalmente las diversas formas de vida consagrada, incluidas las de vida contemplativa. ¿Cómo podría ser de otro modo, desde el momento en que el Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres? En este sentido la historia de la vida consagrada es rica de maravillosos ejemplos, a veces geniales. San Paulino de Nola, después de haber distribuido sus bienes para consagrarse enteramente a Dios, hizo levantar las celdas de su monasterio sobre un hospicio destinado precisamente a los menesterosos. Él gozaba al pensar en este singular « intercambio de dones »: los pobres que él socorría afianzaban con sus plegarias los « fundamentos » mismos de su casa, entregada totalmente a la alabanza de Dios[209]. A san Vicente de Paúl, por su parte, le gustaba decir que, cuando se está obligado a dejar la oración para atender a un pobre en necesidad, en realidad la oración no se interrumpe, porque «se deja a Dios por Dios»[210].
Servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica y estímulo de conversión permanente para la vida consagrada, puesto que, como dice san Gregorio Magno, «cuando uno se abaja a lo más bajo de sus prójimos, entonces se eleva admirablemente a la más alta caridad, ya que si con benignidad desciende a lo inferior, valerosamente retorna a lo superior»[211].