Benedicto XVI: es necesario dar cuenta de la esperanza cristiana al hombre moderno, agobiado por vastas e inquietantes problemáticas que ponen en crisis las bases mismas de su ser y actuar
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:24:24 pm
primera etapa de este su 22 viaje Apostólico por tierras italianas. Esta mañana el Papa se ha trasladado del Patriarcado, atravesando la Plaza de San Marcos al Parque de San Giuliano de Mestre donde ha presidido la celebración de la Santa Misa.El Santo Padre en la homilía, tras haber saludado a todos los presentes y de manera particular al Patriarca, Card. de Venecia Angelo Scola, ha reflexionado sobre los textos que hoy, Tercer Domingo de Pascua nos propone la liturgia y más detalladamente se ha detenido en el Evangelio en el que se nos narra el episodio de los discípulos de Emaús.
¡Querido hermanos y hermanas! He venido entre vosotros como Obispo de Roma y continuador del ministerio de Pedro, para confirmaros en la fidelidad al Evangelio y en la comunión. He venido para compartir con los Obispos y los Presbíteros el ansia del anuncio misionero, que debe envolvernos a todos en un serio y bien coordinado servicio a la causa del Reino de Dios. Vosotros, hoy aquí presentes, representáis las Comunidades eclesiales nacidas de la Iglesia madre de Aquilea. Como en el pasado, cuando aquellas Iglesias se distinguieron por el fervor apostólico y el dinamismo pastoral, así también hoy es necesario promover y defender con valor la verdad y la unidad de la fe. Es necesario dar cuenta de la esperanza cristiana al hombre moderno, agobiado por vastas e inquietantes problemáticas que ponen en crisis las bases mismas de su ser y actuar
Y tras recordarles que viven “en un contexto en el cual el Cristianismo se presenta como la fe que ha acompañado, por siglos, el camino de tantos pueblos, también a través de las persecuciones y pruebas más duras”, les ha advertido:
Sin embargo, hoy este ser de Cristo corre el riesgo de vaciarse de su verdad y de sus contenidos más profundos; arriesga con convertirse en un horizonte que sólo superficialmente- y en los aspectos más bien sociales y culturales-, abraza la vida; arriesga con reducirse a un cristianismo en el que la experiencia de fe en Jesús crucificado y resucitado no ilumina el camino de la existencia, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy a propósito de los dos discípulos de Emaús, los cuales, luego de la crucifixión de Jesús, regresaban a casa inmersos en la duda, en la tristeza y en la desilusión. Tal actitud tiende, lamentablemente, a difundirse también en vuestro territorio: esto ocurre cuando los discípulos de hoy se alejan de la Jerusalén del Crucificado y del Resucitado, no creyendo más en la potencia y en la presencia viva del Señor
A este punto el Papa ha aludido al “problema del mal, del dolor y del sufrimiento, el problema de la injusticia y del atropello, el miedo a los otros, a los extraños y a los que desde lejos llegan hasta nuestras tierras y parecen atentar contra aquello que somos, lleva a los cristianos de hoy a decir con tristeza: esperábamos que el Señor nos libre del mal, del dolor, del sufrimiento, del miedo, de la injusticia.
Entonces, es menester, para cada uno de nosotros, como ocurrió a los dos discípulos de Emaús, dejarse instruir por Jesús: ante todo escuchando y amando la Palabra de Dios, leída en el Misterio Pascual, para que inflame nuestro corazón e ilumine nuestra mente, nos ayude a interpretar los acontecimientos de la vida y a darles un sentido. Luego es necesario sentarse a la mesa con el Señor, convertirse en sus comensales, para que su presencia humilde en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos restituya la mirada de la fe, para mirar todo y a todos con los ojos de Dios, y la luz de su amor. La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace de si mismo y es una constante invitación a vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como un don a Dios y a los demás
Y siempre, aludiendo al Evangelio de hoy sobre la vuelta de los discípulos a Jerusalén para contar la extraordinaria experiencia vivida, Benedicto XVI ha subrayado de nuevo el motivo de su presencia entre ellos y también les ha advertido sobre los peligros que les pueden acechar:
Con mi presencia deseo apoyar vuestra obra e infundir en todos confianza en el intenso programa pastoral puesto en marcha por vuestros pastores, auspiciando un fructífero compromiso por parte de todos los componentes de la Comunidad eclesial. También un pueblo tradicionalmente católico puede advertir en sentido negativo, o asimilar casi de manera inconsciente, los contragolpes de la cultura que termina por insinuar una manera de pensar en la que el mensaje evangélico es abiertamente rechazado u obstaculizado subrepticiamente
Seguidamente el Santo Padre ha aludido a la segunda lectura de hoy en la que el Apóstol Pedro nos invita a comportarnos, “con temor de Dios durante el tiempo de vuestra peregrinación, como extranjeros”.
En los siglos pasados, vuestras Iglesias han conocido una rica tradición de santidad y de generoso servicio a los hermanos, gracias a la obra de vigorosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa. Si queremos ponernos en escucha de su enseñanza espiritual, no nos es difícil reconocer la llamada personal e inconfundible que ellos nos dirigen: ¡Sed santos! ¡Colocad al centro de vuestra vida a Cristo! Construid sobre Él el edificio de vuestra existencia. En Jesús encontraréis la fuerza para abriros a los demás y para hacer de vosotros mismos, con su ejemplo, un don para la entera humanidad
A este punto el Papa les ha recordado que, “en torno a Aquilea se encontraron unidos pueblos de lenguas y culturas diversas, hechos converger no sólo por exigencias políticas, sobre todo, por la fe en Cristo y de la civilización inspirada en la enseñanza evangélica, la Civilización del Amor.
"Las Iglesias generadas en Aquilea están hoy llamadas a soldar aquella antigua unidad espiritual, en particular a la luz del fenómeno de la inmigración y de las nuevas circunstancias geopolíticas en curso. La fe cristiana puede seguramente contribuir al concretarse en un programa, que interese el armónico e integral desarrollo del hombre y de la sociedad en la que vive. Mi presencia entre vosotros quiere ser, por este motivo, también un vivo apoyo a los esfuerzos que son desplegados para favorecer la solidaridad entre vuestras diócesis del Noreste. Quiere ser, además, un estimulo para cada iniciativa tendiente a la superación de aquellas divisiones que podrían hacer vanas las concretas aspiraciones a la justicia y a la paz”
El Santo Padre ha finalizado su homilía en el Parque de San Giuliano de Mestre manifestando a sus hermanos este deseo:
“Ésta es la oración que dirijo a Dios por todos vosotros, invocando la celeste intercesión de la Virgen María y de los tantos Santos y Beatos, entre los cuales me es grato recordar a san Pío X y al beato Juan XXIII, pero también al venerable Giuseppe Toniolo, cuya beatificación está próxima. Estos luminosos testimonios del Evangelio son la mayor riqueza de vuestro territorio: seguid sus ejemplos y sus enseñanzas, conjugándolas con las exigencias actuales. Tened confianza: el Señor resucitado camina con vosotros ayer hoy y siempre”
Texto completo de la homilía de Benedicto XVI en el Parque de San Giuliano de Mestre
Queridos hermanos y hermanas
Estoy muy contento de estar hoy en medio a vosotros y celebrar con vosotros y para vosotros esta solemne Eucaristía. Es significativo que el lugar escogido para esta liturgia sea el Parque de San Giuliano: un espacio en donde normalmente no se celebran ritos religiosos, sino manifestaciones culturales y musicales. Hoy este espacio acoge a Jesús resucitado, realmente presente en su Palabra, en la asamblea del Pueblo de Dios con sus Pastores, y de forma eminente, en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. A vosotros venerables Hermanos Obispos, con los Presbíteros y los Diáconos, a vosotros religiosos, religiosas y laicos dirijo mi más cordial saludo, con un pensamiento especial para los enfermos aquí presentes, acompañados por miembros de la UNITALSI. ¡Gracias por vuestro caluroso recibimiento! Saludo con afecto al Patriarca, Cardenal Angelo Scola, a quien agradezco por las sentidas palabras que me ha dirigido al inicio de la santa Misa. Dirijo un deferente pensamiento al Alcalde, al Ministro para los Bienes y las Actividades Culturales en representación del Gobierno, al Ministro del Trabajo y de las Políticas Sociales y a las Autoridades civiles y militares, que con su presencia han querido honrar este nuestro encuentro. Un sentido agradecimiento a todos aquellos que generosamente han ofrecido su colaboración para la preparación y el desarrollo de esta mi Visita Pastoral.
El Evangelio del Tercer Domingo de Pascua presenta el episodio de los discípulos de Emaús (cfr Lc 24, 13-35), un relato que nunca termina de sorprendernos y conmovernos.
Este episodio muestra las consecuencias que Jesús resucitado realiza en los discípulos: conversión de la desesperación a la esperanza; conversión de la tristeza a la alegría; y también conversión a la vida comunitaria. A veces, cuando se habla de conversión, se piensa únicamente a su aspecto fatigoso, de desapego y de renuncia. En cambio, la conversión cristiana es también y sobretodo fuente de gozo, de esperanza y de amor. Ella es siempre obra de Jesús resucitado, Señor de la vida, que nos ha obtenido esta gracia por medio de su pasión y que nos la comunica con la fuerza de su resurrección.
¡Querido hermanos y hermanas! He venido entre vosotros como Obispo de Roma y continuador del ministerio de Pedro, para confirmaros en la fidelidad al Evangelio y en la comunión. He venido para compartir con los Obispos y los Presbíteros el ansia del anuncio misionero, que debe envolvernos a todos en un serio y bien coordinado servicio a la causa del Reino de Dios. Vosotros, hoy aquí presentes, representáis las Comunidades eclesiales nacidas de la Iglesia madre de Aquilea. Como en el pasado, cuando aquellas Iglesias se distinguieron por el fervor apostólico y el dinamismo pastoral, así también hoy es necesario promover y defender con valor la verdad y la unidad de la fe. Es necesario dar cuenta de la esperanza cristiana al hombre moderno, agobiado por vastas e inquietantes problemáticas que ponen en crisis las bases mismas de su ser y actuar.
Vivís en un contexto en el cual el Cristianismo se presenta como la fe que ha acompañado, por siglos, el camino de tantos pueblos, también a través de las persecuciones y pruebas más duras. De esta fe son elocuentes expresiones los múltiples testimonios diseminados por todas partes: las iglesias, las obras de arte, los hospitales, las bibliotecas, las escuelas; el ambiente mismo de vuestras ciudades como también de los campos y las montañas, todas consteladas de referencias a Cristo. Sin embargo, hoy este ser de Cristo corre el riesgo de vaciarse de su verdad y de sus contenidos más profundos; arriesga con convertirse en un horizonte que sólo superficialmente- y en los aspectos más bien sociales y culturales-, abraza la vida; arriesga con reducirse a un cristianismo en el que la experiencia de fe en Jesús crucificado y resucitado no ilumina el camino de la existencia, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy a propósito de los dos discípulos de Emaús, los cuales, luego de la crucifixión de Jesús, regresaban a casa inmersos en la duda, en la tristeza y en la desilusión. Tal actitud tiende, lamentablemente, a difundirse también en vuestro territorio: esto ocurre cuando los discípulos de hoy se alejan de la Jerusalén del Crucificado y del Resucitado, no creyendo más en la potencia y en la presencia viva del Señor. El problema del mal, del dolor y del sufrimiento, el problema de la injusticia y del atropello, el miedo a los otros, a los extraños y a los que desde lejos llegan hasta nuestras tierras y parecen atentar contra aquello que somos, llevan a los cristianos de hoy a decir con tristeza: esperábamos que el Señor nos libre del mal, del dolor, del sufrimiento, del miedo, de la injusticia.
Entonces, es necesario, para cada uno de nosotros, como ocurrió a los dos discípulos de Emaús, dejarse instruir por Jesús: ante todo escuchando y amando la Palabra de Dios, leída en el Misterio Pascual, para que inflame nuestro corazón e ilumine nuestra mente, nos ayude a interpretar los acontecimientos de la vida y a darles un sentido. Luego es necesario sentarse a la mesa con el Señor, convertirse en sus comensales, para que su presencia humilde en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos restituya la mirada de la fe, para mirar todo y a todos con los ojos de Dios, y la luz de su amor. Permanecer con Jesús que permaneció con nosotros, asimilar su estilo de vida entregada, escoger con él la lógica de la comunión entre nosotros, de la solidaridad y del compartir. La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace de si mismo y es una constante invitación a vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como un don a Dios y a los demás.
El Evangelio refiere también que los dos discípulos, luego de haber reconocido a Jesús en el partir el pan, “levantándose en el momento, se volvieron a Jerusalén” (Lc24,33). Ellos sienten la necesidad de regresar a Jerusalén y contar la extraordinaria experiencia vivida: el encuentro con el Señor resucitado. Hay un gran esfuerzo por cumplir para que cada cristiano, aquí en el Noreste como en cada parte del mundo, se transforme en testigo, listo a anunciar con vigor y con gozo el evento de la muerte y de la resurrección de Cristo. Conozco el cuidado que, como Iglesias del Tri Veneto, ponéis en el buscar comprender las razones del corazón del hombre moderno y cómo, refiriéndoos a las antiguas tradiciones cristianas, os preocupáis en demarcar las líneas programáticas de la nueva evangelización, mirando con atención a los numerosos desafíos del tiempo presente y repensando el futuro de esta región. Con mi presencia deseo apoyar vuestra obra e infundir en todos confianza en el intenso programa pastoral puesto en marcha por vuestros pastores, auspiciando un fructífero compromiso por parte de todos los componentes de la comunidad eclesial.
También un pueblo tradicionalmente católico puede advertir en sentido negativo, o asimilar casi de manera inconsciente, los contragolpes de la cultura que termina por insinuar una manera de pensar en la que el mensaje evangélico es abiertamente rechazado u obstaculizado subrepticiamente. Sé cuanto haya sido y cuanto continúe siendo grande vuestro compromiso en el defender los perennes valores de la fe cristiana. Os aliento a no ceder jamás a las recurrentes tentaciones de la cultura hedonística y a los llamados del consumismo materialista. Acoged la invitación del apóstol Pedro, contenida en la segunda lectura de hoy, a comportaros “con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Pe 1,17): invitación que se concreta en una vida vivida intensamente en las calles de nuestro mundo, en la conciencia de la meta a alcanzar: la unidad con Dios, en Cristo crucificado y resucitado. De hecho nuestra fe y nuestra esperanza están dirigidas hacia Dios (cfr 1 Pe 1, 21): dirigidas a Dios porque radicadas en El, fundadas sobre su amor y sobre su fidelidad. En los siglos pasados, vuestras Iglesias han conocido una rica tradición de santidad y de generoso servicio a los hermanos gracias a la obra de vigorosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa. Si queremos ponernos en escucha de su enseñanza espiritual, no nos es difícil reconocer la llamada personal e inconfundible que ellos nos dirigen: ¡Sed santos! ¡Colocad al centro de vuestra vida a Cristo! Construid sobre él el edificio de vuestra existencia. En Jesús encontraréis la fuerza para abriros a los otros y para hacer de vosotros mismos, con su ejemplo, un don para la entera humanidad.
En torno a Aquilea se encontraron unidos pueblos de lenguas y culturas diversas, hechos converger no sólo por exigencias políticas, sobretodo, por la fe en Cristo y de la civilización inspirada en la enseñanza evangélica, la Civilización del Amor. Las Iglesias generadas en Aquilea están hoy llamadas a soldar aquella antigua unidad espiritual, en particular a la luz del fenómeno de la inmigración y de las nuevas circunstancias geopolíticas en curso. La fe cristiana puede seguramente contribuir al concretarse de tal programa, que interesa el armónico e integral desarrollo del hombre y de la sociedad en la que vive. Mi presencia entre vosotros quiere ser, por este motivo, también un vivo apoyo a los esfuerzos que son desplegados para favorecer la solidaridad entre vuestras diócesis del Noreste. Quiere ser, además, un estimulo para cada iniciativa tendiente a la superación de aquellas divisiones que podrían hacer vanas las concretas aspiraciones a la justicia y a la paz.
Este, hermanos, es mi auspicio, ésta es la oración que dirijo a Dios por todos vosotros, invocando la celeste intercesión de la Virgen María y de los tantos Santos y Beatos, entre los cuales me es grato recordar a san Pío X y al beato Juan XXIII, pero también al venerable Giuseppe Toniolo, cuya beatificación está próxima. Estos luminosos testimonios del Evangelio son la más grande riqueza de vuestro territorio: seguid sus ejemplos y sus enseñanzas, conjugándolas con las exigencias actuales. Tened confianza: el Señor resucitado camina con vosotros ayer hoy y siempre.