Rosa María Palacios | La paz negociada
Creado el Viernes, 7 de Octubre del 2016 04:51:28 pm
Es importante que las noticias internacionales sean de interés local. Mejoran la perspectiva del informado, le permiten establecer comparaciones, aprender historia, cultura y política exterior. Hacernos ciudadanos del mundo es tarea también del periodismo. Por eso alegra que la prensa local esté dando una cobertura completa –inusual para noticias internacionales– al proceso de paz en Colombia.
Sin embargo, parecería que más allá de ser meros observadores, algunos políticos locales han mostrado inusitado interés en el país vecino cuestionando todo el proceso de negociación entre el Estado colombiano y las FARC, y algunos hasta pidiendo la renuncia del presidente Santos luego del resultado negativo del referéndum del pasado domingo. Sobre este interés y los paralelos que buscan establecerse con la historia reciente de la violencia en el Perú, hay que decir algunas cosas que pueden ilustrar mejor la comprensión del problema.
En Colombia no hay vencedores ni vencidos. Esa es la diferencia fundamental que a veces no se entiende con facilidad. Cuando hay un vencedor, la paz no se negocia, se impone. A nadie se le ocurriría que después de la Segunda Guerra Mundial las fuerzas aliadas hicieran concesiones extraordinarias a Alemania o Japón más allá de las que fueran humanitarias. Unos ganaron, otros perdieron. Y los perdedores fueron juzgados y sentenciados por sus crímenes. Lo mismo sucedió en el Perú con Sendero Luminoso y el MRTA. Fueron derrotados, vencidos en todos los planos en los que plantearon su ataque al Estado peruano. Un Estado vencedor impone la paz, no la negocia, por eso los líderes de la subversión peruana están muertos o presos. Se les dio el tratamiento de delincuentes terroristas y, acorde a ello, fueron dadas las penas que se les impusieron.
Colombia es un país que ha estado en guerra civil durante casi todo el siglo XX. Los niveles de crueldad en las diversas masacres de su historia son inconcebibles para la humanidad y no haré aquí una descripción de aquellas. Lo cierto es que las FARC, uno de los últimos movimientos terroristas que subsisten en Colombia, han logrado, después de más de 50 años de terror, mantener un equilibrio militar con el Estado colombiano. Esa es la diferencia con una guerra común o con el terrorismo peruano. Las FARC controlan territorio, personal, armas, drogas y acciones terroristas sin haber sido derrotadas. Golpeadas, reducidas, sí. ¿Vencidas? No. Miles de asesinatos, secuestros, actos de horrenda tortura, narcotráfico, robo y violación, todo esto ha ocurrido. Nadie lo puede negar porque ahí están las víctimas y sus deudos para recordarlo. Verdad y justicia tienen que ser servidos. El problema es ¿cómo se logra esto si la paz es negociada?
Cuando no hay capitulación, cuando no hay rendición, cuando no hay vencidos, el cese al fuego se negocia. Y para bien o para mal, se abre un espacio para condiciones. La pregunta no es entonces si se puede negociar o no la paz, sino cuáles son las condiciones innegociables para ambas partes.
Cabe señalar, en primer término, que las FARC han mostrado su disposición para llegar a una paz negociada. Muchos aún no confían en su palabra. He ahí un primer obstáculo. Es decir, todavía hay en Colombia algunos pocos (y en Perú muchos) que creen que no se negocia con asesinos y que la guerra debe continuar hasta que sean vencidos, así dure 100 años y mueran millones más. Es un punto de vista que descarta la paz negociada en todo plano. Lo que sucede, sin embargo, es que el Estado colombiano ya ha negociado la paz con el M19 y otros grupos terroristas en el pasado. La experiencia fue, a fin de cuentas, positiva, al menos en traer paz. Replicar de alguna forma esa experiencia es un anhelo extendido del pueblo colombiano. En eso no debe haber confusión.
Los resultados del referéndum ajustado de este último domingo revelan que para la mayoría de colombianos hay ciertas cosas innegociables. Contrario a lo que se cree en el Perú, los opositores al “SÍ” están a favor de una paz negociada. Lo que los diferencia es que no están a favor de “esta” paz negociada. “Así no”, resume la posición. Es decir, paz sí, negociada también, pero con otros estándares para lo “no negociable”. ¿Es entendible? Por supuesto. De ahí el inmenso ausentismo (62%) y el triunfo del “NO” por estrecho margen.
Dos puntos en gran debate son la participación política de la FARC (el acuerdo concede 5 representantes obligatorios de 166 diputados, así como 5 de 102 senadores por un proceso electoral) y la justicia ad hoc de transición que podría imponer penas rebajadas para crímenes graves. Sobre este segundo punto, el expresidente Uribe, feroz opositor del presidente Santos y promotor del “NO”, ha señalado, posreferéndum, que no habría problema con la libertad de los más de 5,000 alzados en armas si es que se juzga a los líderes por crímenes de lesa humanidad. Parece una salida, pero no se precisa aún los detalles.
Hay sin embargo un serio problema jurídico. El referéndum no es vinculante y el acuerdo de paz, en términos jurídicos, ya tiene validez plena. No requería de aprobación popular, ni parlamentaria, para que surtiera efecto una vez que ambas partes (Estado y FARC) lo firmaran. El Estado colombiano no puede desconocerlo y las FARC pueden demandar internacionalmente su pleno cumplimiento.
¿Cómo hará el presidente Santos para llevar a las FARC a una nueva mesa de negociación? ¿Los convencerá de que la falta de legitimidad popular es un elemento central que no puede ser obviado sin volver a la confrontación armada? ¿Podrá negociar con sus enemigos políticos otra “paz negociada” para que la primera surta efecto? Nada de esto está dicho aún.
Unas palabras finales. Diferenciemos paz de perdón. Nadie puede ser obligado a olvidar o a perdonar porque estos sentimientos nacen del corazón, de la vida afectiva que es por esencia individual y no colectiva. El “SÍ” por la paz de millones de colombianos no es una claudicación, ni olvido, ni perdón. Entenderlo así es desmerecer el enorme esfuerzo de personas que antepusieron sus sentimientos personales por un bien colectivo mayor. Debe ser doloroso hacerlo y pienso que las víctimas no pudieron dejar de estar tristes al marcar el “SÍ”. Para muchos, este proceso fue una necesaria pero dolorosa traición a sus difuntos. Sin embargo, a pesar de su dolor personal, la inmensidad de personas y víctimas que apostaron por el “SÍ” –y que desfilan hoy en silencio por las ciudades colombianas– también demuestran que lo único que quiere este pueblo es salir del holocausto bíblico –como lo llamó Gabriel García Márquez– que ha vivido Colombia por más de un siglo.
A veces, para terminar una guerra, hay que tomar decisiones horrendas: tirar dos bombas atómicas, por poner un ejemplo que nos regresa a la Segunda Guerra Mundial, una guerra de vencedores y vencidos, muy distinta a la de Colombia.
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