LA COLUMNA DEL DÍA | ¿Es la fe?
Creado el Jueves, 1 de Mayo del 2025 01:01:01 am

Los grandes progresos de las ciencias y de las tecnologías manifiestan uno de los sentidos de la razón, pero el modo de la existencia de Dios no se podría confundir con la hipótesis y la verificación, tampoco con las matemáticas o con la variedad de la creación artística. ¿Cómo se puede hablar de Dios, su existencia y su sentido?
El filósofo, canadiense, Thomas De Koninck, considera que cada ser humano tiene una cierta visión de cómo se entiende y dirige su propia vida, del sentido o el sinsentido que hace, de asumir o no asumir su libertad, de definirse frente a los demás. Esta visión sobrepasa las acciones inmediatas y es una idea de lo que vale para él, dicho de otra manera, lo que es su felicidad. Esta visión es una referencia a lo que él ama. De esta manera, aparecen las dos dimensiones más importantes de nuestra existencia humana: la capacidad de pensar y la capacidad de amar. Este poder revela nuestra dignidad humana, nuestra transcendencia, nuestra capacidad para superarnos. Esto es el fundamento de nuestra libertad, porque permite a nosotros mimos, de elegir. Podemos elegir entre lo que consideramos sentido o no-sentido para nuestra vida.
Este poder, de cuestionar todo, puede ser también nuestro fracaso o nuestra indiferencia. Uno corre el riesgo de quedar siempre insatisfecho, relativista, indiferente, sometido a los placeres del mundo o ser un católico de nombre. Se declara católico, pero solo de nombre. En esta situación, no hay una relación personal con Dios. En este caso, la idea de Dios será entendido como una idea heredada y se entiende la religión como una ideología de sus intereses, que se quiere imponer.
De Koninck cita, entre otros, a Emmanuel Kant, Chesterton y San Justino. Emmanuel Kant exclama al final de su libro “Critica de la Razón práctica”: “Dos cosas me llenan la admiración y respeto. La primera cosa es el cielo estrellado sobre mí; es decir, mi lugar dentro de un universo de magnitud incalculable, de mundos sobre mundos. La segunda cosa es “la ley moral en mí; es decir, soy una persona con sentido propio. La persona es un fin. No es un placer sino la justicia la que nos hace trascender los deseos de animalidad hasta el sacrificio de la propia vida”. G.K. Chesteron dijo: “Tanto tiempo que nosotros no entendemos que las cosas podrían no existir, no podemos entender que existen. Tanto tiempo que no hemos visto el trasfondo de las tinieblas, no podemos admirar la luz como una cosa única y creado. Desde que hemos visto las tinieblas, toda luz es clara y divina.” San Justino, del segundo siglo, laico, ateo, convertido al cristianismo. El fundó un centro donde enseñaba filosofía y teología. Por cuestionar la deidad del emperador del imperio romano, fue decapitado. Justino decía: Nos llaman ateos. Si, reconocemos que somos ateos de estos pretendidos dioses, pero nosotros creemos en el Dios verdadero, Padre de la justicia, de la sabiduría y de las otras virtudes, en quien no hay ningún mal. Por ser cristiano, Justino, debe declararse ateo de algunos dioses. No se puede probar que lo absoluto no existe. Lo absoluto puede estar en el azar, el dinero, el poder, el relativismo y en el Dios de las religiones monoteístas. La pregunta es: de qué dioses somos ateos. Siempre aparece la pregunta por Dios si hablamos sobre el sentido o el no-sentido de la vida. ¿Qué sentido tiene nuestra vida en este mundo, por qué no estamos en otro, por qué estamos hechos de esta manera y no de otra? ¿Porqué la muerte y vamos vivir después de la muerte?
¿Qué es la capacidad de amar? Con mucha razón la filósofa y novelista, Iris Murdoch, Dublin, presbiteriana, señala que los filósofos modernos han intentado relacionar los conceptos del bien y la justicia con libertad, razón, felicidad, valentía, historia, etc. para tratar de entender algo más de ambos. Sin embargo, los filósofos modernos y posmodernos no mencionan un concepto que tradicionalmente se consideraba vinculado a estos; es decir, el amor. (Murdoch, 1969. London, Chatto & Windus, On “God” and “Good”).
El filósofo, Luc Ferry, Francia, ateo, considera, que después de las críticas de Friedrich Nietzsche a la filosofía de la razón y a las construcciones políticas, económicas y sociales, esta deconstrucción va a liberar dimensiones nuevas del hombre y va a aparecer un principio nuevo que da sentido a nuestra existencia. El hombre actual muestra interés por el valor espiritual del amor. El amor trasciende la razón y los derechos (Luc Ferry, De L´Amour. Paris, Ed. Odile, 2012). De Koninck afirma, con razón, que el amor es primero.
La siguiente reflexión se inspira en la encíclica: “Lumen Fidei”. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve opresiva para la vida de la persona. La verdad termina en conflicto. Quien ama comprende que el amor mismo abre nuestros ojos para la realidad de manera nueva, en unión, con las personas amadas. El sentido de la vida es dar amor y recibir amor. La mayor belleza es el amor.En la modernidad se ha intentado construir la fraternidad entre los hombres, fundándose sobre la igualdad. Es necesario volver a la verdadera raíz de la fraternidad.
El descubrimiento del amor como conocimiento se encuentra en la concepción bíblica de la fe. La fe consiste en reconocer el don originario que está a la base de nuestra existencia. La salvación comienza con la apertura a algo que nos precede. La pregunta por la verdad se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro “yo” pequeño y limitado. Es la pregunta por el origen de todo, a cuya luz se puede ver el sentido del camino común. El origen de toda bondad está en Dios. La inteligencia no es solo para investigar, planificar y organizar sino también para reconocer lo que ha recibido.
En la biblia, el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan la interioridad de la persona y su apertura al mundo a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. El corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones porque en él nos abrimos a la verdad y al amor. La fe conoce por estar vinculado al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad.
Para la fe, Cristo no es solo aquel en quien creemos sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. Tenemos la necesidad de confiar en alguien. Confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. La compañía de Cristo nos hace entrar en una historia nueva. Creemos a Cristo cuando lo acogemos en nuestra vida personal y lo seguimos mediante el amor. El que acepta el don de fe se transforma en un nuevo ser humano. “Cristo habita por la fe en nuestros corazones (Efesios. 3,17). No soy yo el que vive sino es Cristo que vive en mi (Gálatas, 2,20). La vida del hombre está privada de sentido si no lo experimenta y lo hace propio.
Así podemos entender la novedad que aporta la fe. El creyente es transformado por el amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este amor se dilata más allá de sí mismo. De su experiencia nueva brota el anuncio. “Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie?” Y ¿cómo predicarán, si no son enviados? (Romanos, 10,14). El creyente se convierte en existencia eclesial. Y como Cristo abraza en sí a todos los creyentes, el cristiano se encuentra unido con los otros hermanos en la fe. La fe pierde su sentido sin la comunión real de los otros creyentes. La luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano. La fe no es algo privado o individualista sino nace y crece por el encuentro con los otros dentro de la iglesia. Una fe sin entrar en la vida se pierde. La fe ilumina también todas las relaciones humanas y pone el ser humano al servicio de la justicia, del derecho y la paz porque nace del amor originario de Dios. “Solamente vale la fe que actúa mediante el amor (Gálatas,5,6).
El primer ámbito, que la fe ilumina en la ciudad de los hombres, es la familia (Lumen Fidei, n.52). El cambio del mundo empieza con la familia y los más cercanos. Cristo cambia los criterios mundanos de preferencia para el poder, la riqueza y la belleza, señalando quienes son los prójimos preferidos de Dios. Son los enfermos, los presos, los pobres, el hijo pródigo que se arrepienta, el forastero, es decir los hermanos más pequeños (Mateo, 25: 35,36,40). El amor orienta la inteligencia al bien. Benedicto XVI dice:”El amor rico en inteligencia y la inteligencia lleno de amor.”
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".
