LA COLUMNA DEL DÍA | Discriminación lingüística y libertad cultural
Creado el Sábado, 16 de Mayo del 2020 10:32:37 pm
Un reciente contenido educativo del Ministerio de Educación, haciendo énfasis en la discriminación lingüística y el poder de las élites, ha generado distintas opiniones de algunos medios de comunicación y de sus difusores, quienes han visto con malos ojos tales afirmaciones y, en consecuencia, han minimizado dichas palabras. Sintiéndose ofendidos, se han valido de las herramientas de siempre para descalificar cualquier crítica que se les pueda hacer, esta es una operación semántica y vertical, donde todo aquel o aquella que discuerda es reducida a “terruca” o “terruco”.
El Perú es un país históricamente dividido, fracturado y complejo con heridas que no han podido sanar. Toda forma de unión o consenso nos cuesta mucho, en parte, por no haber superado una fase poscolonial en el diseño estatal, pero también por no lograr una base comunicativa entre sus colectividades. ¿Cómo suponer que no existe una fuerte tradición discriminatoria cuando aún persiste desde la sociedad civil y el propio Estado, una desvalorización de los desposeídos de su propia dignidad?
La discriminación es un mal social muy antiguo y como toda perversión se ajusta al tiempo que le toca, evoluciona con nuevos códigos para aplicar su poder, pueden haber códigos raciales (color de piel y rasgos), económicos (lugar donde trabaja una persona y su riqueza), culturales (tradiciones de un individuo) y también uno de carácter lingüístico. Mantenemos una discriminación lingüística por haber nacido como un proyecto sin representación, es decir, cuando el Perú logra su independencia lo hace bajo una falsa representatividad de la población indígena y afroperuana, por tanto, se instalaron en el poder estructuras corporativas que bloquearon la universalización del principio de igualdad.
La igualdad será un bien que, hasta el día de hoy, buscamos. No es que no haya una etapa declarativa de los derechos humanos de las poblaciones más vulnerables en nuestro país, sucede que, para su realización como individuos, tiene que existir una correcta aplicación y las garantías necesarias para su desarrollo. Esa será la capacidad de agencia, o dicho de otra forma, la posibilidad de aplicar la libertad que cada uno merece. Producto de esto se generan ciudadanías diferenciadas donde las personas más afectadas deberán ser protegidas por derechos colectivos para salvaguardar sus derechos individuales, precisamente, porque es nuestra sociedad poscolonial, la que ha impuesto entre otras cosas, sus razones lingüísticas y su cultura hegemónica.
Un ejemplo de ello son los espacios de deliberación política o pública. ¿Cuál es la representación en el Congreso de la República por parte de las comunidades indígenas y cuál es su poder de decisión? ¿Cuál es el espacio en universidades, instituciones gubernamentales u otra forma deliberativa donde podamos identificar una presencia de este tipo? ¿Cuántos programas televisivos, cuánto contenido educativo digitalizado o no, tiene como posesión una lengua que no sea el castellano? ¿Podemos identificar cuántas veces le hemos dado lugar a una narrativa cuya tradición cultural no sea la que se repite de generación en generación? Una persona castellanohablante no tiene las mismas dificultades que una persona quechuahablante. Esta última tendrá como reto, realizar algún trámite en alguna institución estatal o acceder a una mejor educación, dejando atrás su lengua y no encontrando más opción que aprender otra. ¿Y los que no pueden aprenderla, qué les toca?
Toda reducción de nuestra capacidad de decidir es una restricción de nuestra libertad. Es por eso tan importante tener una libertad cultural, parafraseando a Tubino, una capacidad de desarrollo que involucre dos cosas: primero, la disposición interior a elegir desde una muchas identidades posibles y, segundo, un conjunto de condiciones externas que hagan posible un margen de elección libre de cualquier influencia cultural impuesta. Es decir, decidir por uno mismo y sin la imposición de nadie nuestro propio desarrollo cultural.
La falta de libertad cultural sucede por razones desiguales institucionalizadas como la exclusión por el modo de vida y la exclusión de participación. Que no se venga a decir que no hay una élite que desde hace mucho tiempo legitima su propia esencia no dejando participar a los excluidos. Si queremos ser un proyecto de vida, debemos construir nuestro presente desde la aceptación de nuestro pasado colectivo y la diversidad y respeto de sus distintas tradiciones. No solo es pobre quien no tiene posesiones, sino también quien no es libre.
*Diego Mendoza Franco es ingeniero industrial, egresado del Programa de Gobernabilidad, Gerencia Política y Gestión Pública de la PUCP y el CAF, coordinador del Círculo de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos Aleph, promotor de los ODS por el Senado de Buenos Aires, Parlamentario Joven Nacional y activista social.
Foto: Andina
Escuche la versión radial: