LOS AÑOS GRUNGE | Memoria y fulgor
Creado el Lunes, 13 de Febrero del 2017 07:42:01 pm
La noche en que nací, la sonda espacial Pioneer 11 se dirigía hacia el planeta Júpiter, acababa de morir Picasso y el destino de su testamento era un misterio para todos. En el puerto, a los vecinos cebicheros todo ello les parecía una pastrulada. El campo de fútbol de Alianza Miramar había vuelto a inundarse como siempre; el mar (y la desidia de las autoridades) nunca perdonaba, se agitaba como nuestra infancia poblada de gaviotas y huelgas, de hambrientos pájaros cocho en el muelle artesanal y represión militar, de arenas contaminadas. Así responde la memoria respecto a los días previos a mi natalicio, que -dicho sea de paso- marca también el inicio de la cuenta regresiva hacia mi muerte.
Cuando nací [según mi abuela], alguien me ojeó a la salida de la clínica San Carlos; me pasaron el periódico, por supuesto (ahora entiendo mi destino), y me cuidaron y engrieron -desde entonces- demasiado. Se cocinaba, por entonces, una rebelión popular, la misma que estallaría en el puerto entre mayo y junio. Nadie sospechaba -en aquélla época- el vano oficio al cual me dedicaría, la fucking pasión que me consume, que conduce y se apodera de mis días. Nadie imaginaba las redacciones de periódico y las plazoletas donde pernocté, los libros que escribí, los malecones, cafecitos y basurales del crepúsculo.
Mis padres pensaron que enviándome al jardín Ruso, al colegio Raimondi luego, y a la Universidad de San Marcos después, todo estaría bien. Se jodieron, simplemente. Soy escritor, miserablemente empedrada y hermosa es mi vida. A veces, como hoy, en que reflexiono alrededor de lo que ha sido mi existencia, embutido en el escritorio de esta biblioteca, pienso en que nunca más podré habitar el lugar donde nací. No volveré más a atajar en el arco hecho de piedras del pasaje La Merced, frente a casa; ponerme la ocho de Alianza y sorprenderme con los goles que nunca hice; sobrevolar las tardes en el centro de Chimbote con mi capa roja o mis torpes alas, mis manos crispadas de impotencia ante todas las crueldades que son posibles ver desde arriba.
La noche en que nací me apreté con violencia al pecho de mi madre; ahí me encontré, en sus latidos, en el amor de sus ojos y en la dulce voz que hasta hoy me acompaña cuando el insomnio o alguna dificultad me aqueja o cuando hay temblor de tierra (a su cabeza vuelve el terremoto de 1970) y ella no puede dormir. Cuando nací, en el muelle del puerto la caballa no costaba seis soles el montón; todo era fulgor; sin embargo, eso a nadie, a nadie le importaba.
*Escritor y periodista
Foto: http://chimboteonline.blogspot.pe