LA COLUMNA DEL DÍA | Una vida con propósito: reflexión sobre la falta de reflexión
Creado el Viernes, 21 de Julio del 2023 01:32:14 pm
Cuentan que el César, emperador romano, considerado de origen divino, siempre tenía a su lado a alguien que le decía: “César, recuerda que eres mortal”. Se lo decía para evitar que se envanezca con el poder. Nosotros no somos emperadores, pero parece que también necesitamos que nos recuerden que somos mortales.
¿Les ha pasado alguna vez que dicen o hacen algo que consideran muy normal o rutinario y tiene un resultado inesperado, de modo que se vuelve impensadamente importante? Hace unos días me ocurrió. Caminaba por el mercado donde habitualmente compro y, tras de mí, escucho decir con voz altisonante: “¡Bien, profe, lo de las redes!”. Así también, días antes, me escribían para decirme expresiones como: “¡Tienes mucha razón en ese video!”.
¿A cuál de todos se referirán?, me quedé pensando por algunos segundos. ¿Alguno sobre política, o o tal vez sobre la educación y el aprendizaje de sus hijos que les ha servido? Después de agradecer por sus palabras de reconocimiento, pregunté, y me dijeron que trataba de uno muy breve referido a que recordemos que somos mortales y no dejemos el vivir para después, porque el después podría no llegar.
Les comento esta anécdota porque yo solo lo pensé en voz alta a partir de mi experiencia personal y, tras el fallecimiento de mi compañera, no preparé datos, ni revisé información, como en otras ocasiones, y lo publiqué espontáneamente. Las reacciones ante esa publicación me hicieron reflexionar sobre la falta de reflexión. ¿Por qué se hace extraordinario algo tan obvio? Debería ser tan común que reflexionemos sobre lo que somos, hacemos y queremos.
¿Acaso no sabemos que los humanos no somos inmortales, al punto que este servidor se los tuvo que hacer saber? ¡Claro que todos lo sabemos! El punto es que no nos detenemos a pensarlo. En este tiempo estamos muy ocupados trabajando, alcanzando metas, persiguiendo objetivos, buscando progresar, queriendo crecer, acumulando bienes, “haciendo algo”. ¿Se ha preguntado para qué o por qué? ¡Es muy probable que no!
Nos pasamos “haciendo”, sin pensar en el propósito por el cual lo hacemos. La vorágine, la prisa, el consumismo, la necesidad o la codicia se han apoderado y dirigen lo que debería ser nuestras vidas; paradójicamente, eso posterga el vivir para después, para cuando se pueda, para cuando tenga, para cuando solucione… Siempre para luego, como si fuéramos dueños del tiempo eternamente.
La única certeza que tenemos todos los humanos es que nos vamos a morir, no hay ensayos para vivir después otra vida mejor, el tiempo transcurrido no se recupera jamás. ¿En qué lo está invirtiendo usted? ¿Cuál es su propósito en la vida? Si en este momento tuviera que dejar de existir, ¿se iría en paz, sin rencores? ¿Ya disfrutó la vida con lo mucho o poco que tuvo? En resumen, ¿ya cumplió su propósito? Es más, ¿supo cuál fue?
Tal vez una confesión personal ayude a entender esta “reflexión sobre la falta de reflexión”. He viajado por muchos lugares y muy pocas veces me detuve a apreciar ―no digo solo mirar ― la hermosura de un atardecer, he dejado de hacer cosas para cuando mis hijos crezcan, he dejado de hacer cosas que me gustaría hasta tener más. Han pasado los años y hay cosas que ya no se pueden hacer; cuando me dí cuenta de que muchas veces el después es a veces infinito pero el tiempo no lo es porque se acaba, quise advertirles que el hoy, el presente, es lo único que tenemos día a día. No postergue el vivir para después.
Hoy un amigo me dijo: “Tú ya has logrado mucho, eres conocido, has destacado profesionalmente, has alcanzado el éxito”. Me ha ido bien, no me puedo quejar, pero ¿a qué costo?, ¿qué perdí mientras ganaba lo que llaman éxito? Perdí cosas que no se recuperan con dinero, ni cargos, ni diplomas. Más de una vez me han felicitado por los logros profesionales o materiales; nunca me han preguntado si eso me hacía feliz o cuál es mi propósito en la vida. Es que la felicidad se asocia el éxito, y este a las cosas materiales; finalmente, por conseguirlo perdemos la vida antes de morirnos.
Sea cual fuere su profesión, raza o condición social, usted ni yo somos físicamente inmortales; queramos o no, tarde o temprano nos vamos a morir sí o sí. No se llevará nada cuando deje este mundo, pero puede dejar un legado, un ejemplo, su contribución a un mundo mejor; así, puede ganar la inmortalidad con su memoria, trascendiendo su presencia física en este mundo.
No tengo la intención de asustarlo a fastidiarlo; sus conclusiones, reflexiones y propósitos seguramente difieren de los míos; solo comparto mi reflexión sobre la falta de reflexión para pedirle precisamente eso: que reflexione, que su vida no transcurra sin que se dé cuenta por perseguir cosas que tal vez no sean las que quiere realmente. Así, sabiéndonos mortales y viviendo una vida plena, podemos servir más y hacernos mejores personas. Y, quién sabe, tal vez su legado lo haga inmortal.
* Miguel Arista Cueva es docente y abogado. Consultor, conferencista, especialista en gestión pública, educación y derecho administrativo. Fue director regional de Educación de Áncash y del Colegio de Alto Rendimiento de Cajamarca.
Ilustración: www.tererocha.com/