LA COLUMNA DEL DÍA | La diferencia y la unión entre religión y ética
Creado el Jueves, 11 de Julio del 2024 01:01:01 am
La experiencia moral se refiere al comportamiento humano como producto de su libertad y inteligencia. Su conducta es moral cuando se realiza de acuerdo a las normas éticas. La persona debe permanentemente realizar juicios sobre el bien o el mal para su propio desarrollo. El adquiere los conocimientos éticos a partir de la educación, de la conciencia, de los ejemplos, de las teorías elaboradas existentes y de sus situaciones variantes en la vida.
La experiencia religiosa es un don de su relación con Dios. Esta es la gran diferencia con la moral que es fruto del esfuerzo del ser humano. Es una relación de fe y caridad y no una teoría de conceptos. Esta relación orienta toda su vida. Es una experiencia de Dios en uno. Es una relación transcendental que purifica y activa la conciencia hacia el bien y la verdad de todos sus pensamientos y actividades. El ser humano manifiesta su disponibilidad por medio de la oración y la caridad con los demás.
No se puede entender o lograr la realización del ser humano sin la unión entre las dos, aunque cada una tiene raíces diferentes.
La ética es una dimensión original del ser humano que se manifiesta en conductas del bien por medio de las decisiones libres de su responsabilidad. La experiencia religiosa es diferente. Lo religioso es un don que abarca la totalidad de la existencia, pero no puede desarrollarse o comprobarse sin la participación del comportamiento ético de la persona. Dios requiere comprobar los mandamientos. También sin la responsabilidad ética, no se podría llegar a una experiencia religiosa. Si la persona no manifiesta el bien y la caridad con los demás, difícilmente llegará a un encuentro con Dios. La fe en Dios supone una vida de bien. Leemos en I Juan, 4, 8 y 12: “El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor… A Dios no lo ha vista nadie jamás; pero si nos amamos los unos a los otros, Dios, está entre nosotros y su amor ha llegado a su plenitud en nosotros.”
La tendencia actual de la secularización quiere independizar la ética de la religión y hasta negarla porque considera a Dios como un obstáculo para la libertad humana. Progresivamente durante la historia, la autonomía de la ética ha llevado a una separación respecto de la experiencia religiosa. Sin embargo, sin la fe en Dios no se puede fundamentar una ética. El ser humano es contingente y, por lo tanto, no puede fundamentar su propia dignidad y sus normas tienen un carácter de relatividad o no existen. El entorno actual negativo promueve la pérdida de los valores. Sin la presencia de Dios, las circunstancias, los intereses, la corrupción institucionalizada, la mentalidad utilitarista, son tentaciónes para abandonar las obligaciones.
Los valores espirituales aportan un apoyo psicológico y emocional. El ser humano debe entenderse como creación de Dios. Dios llama a sí mismo: “Yavé es un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en el amor y la fidelidad” (Exodo, 34, 6). Cristo está presente en nosotros y nos da un valor absoluto. El gran aporte de Cristo a la moral ha sido el anuncio del amor como el principio de la vida. El amor espiritual es buscar el bien y hacer el bien. El aporte de la experiencia religiosa da un fundamento a la verdad y al bien y refuerza el carácter del deber.
Por medio de la oración manifestamos nuestro deseo a Dios para que purifica nuestra conciencia y nos active y nos lleve a la convicción de buscar el bien y hacer el bien. La vida eterna con Dios, una justicia transcendente, da esperanza para las víctimas de un mundo con mucha injusticia, explotación y delincuencia. El amor no elimina la justicia. La justicia es la primera vía del amor. Dios no nos trata como objetos sino apela a nuestra libertad de cumplir y alejar las conductas perversas. Leemos en Mateo, 25, 31-46: “Todas las naciones serán llevadas a su Presencia. Colocará a las ovejas a la derecha y los chivos a la izquierda. A su derecha están: Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en mi casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme, estuve en la cárcel y me fueron a ver”. A los que están a la izquierda, los que no reconocieron a Cristo en las personas agobiadas, Dios dirá: “Y éstos irán aun suplicio eterno”.
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".