LA COLUMNA DEL DÍA | LA CONCEPCION QUE JESUS TIENE DE LA VIDA
Creado el Jueves, 25 de Julio del 2024 01:01:01 am
El gesto es claro, pero la intención o la actitud no son fáciles de conocer. ¿El gesto tiene una buena intención? El ser humano está siempre relacionado con toda la realidad. Lo más significativo es la concepción que una persona tiene de la vida, el sentimiento global que tiene de ser hombre.
Para poder entender esta dimensión grande y vivir los valores o ideales, el ser humano necesita una actitud de disponibilidad y de humildad. La autosuficiencia no nos permite entender nuestra verdadera relación con los demás y con la materia. Leemos en Juan 1,10-11: “Ya estaba en el mundo, este mundo hecho por él, este mundo que no lo recibió. Vino entre su gente, pero los suyos no lo recibieron
¿En qué se funda tal definición del hombre? La evidencia de la vida es que no hemos creado a nosotros mismos. Nos encontramos existiendo. Adquirimos nuestra autonomía por ser dependientes. Cristo pone de manifiesto en el hombre una realidad que no se deriva del mundo sino es una realidad que está en relación directa con Dios. Esta relación llega hasta el más pequeño. “Cuídese, no desprecien a ninguno de estos pequeños. Pues yo se lo digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10).
Sin esta relación el individuo no puede tener un rostro propio. Será esclavo del entorno de corrupción, pornografía, odio, envidia, explotación etc. que le invaden, volviéndose violento. La fe y el amor cristiana son la única posibilidad de salvaguardar el valor de la persona. La relación con Dios es la felicidad.
El valor de la persona tiende a reducirse a los criterios de la mentalidad dominante que son el poder político, la riqueza etc. Sin embargo, para Cristo la persona más pequeña vale más. Todo hombre recibe un principio por el cual es fundamento de derechos y es fuente de valores. La persona goza de un valor y de un derecho que nadie puede atribuirle o quitarle. Este valor tan definitivo de la persona es una afirmación que corresponde a nuestra naturaleza. Se funda en una realidad que está en relación directa y exclusiva con Dios. Pues el motivo último que nos lleve a querernos a nosotros y a los demás es el misterio del yo. Por tanto, ser fuente de valores significa para la persona tener en sí mismo la finalidad del propio obrar. Debemos reconocer estos valores en nosotros mismos. No podremos amar a nosotros mismos y a los demás si no respetamos el principio por el cual no dependemos de nadie.
Antes de tener vida no la teníamos. Somos dependientes. Se trata de un don de la revelación. Leemos en Mateo, 16,17: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” Esta relación misteriosamente personal está en Cristo. Leemos en Mateo, 11,27: “Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al hijo sino el Padre, y nadie conoce al padre sino el hijo y aquellos a quienes el hijo se lo quiera dar a conocer”.
El amor, expresión suprema de la autoconciencia y de la autoposesión del ser humano, es decir, de la libertad, es también la expresión adecuada de esa relación. Leemos en Mateo 22, 36-39: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?” Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con tu toda tu mente. Esto es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos.”
Los fariseos decidieron matar a Jesús porque vivían en base de la explotación de los fieles. Los fariseos obligaban llevar donaciones al templo para que uno podía salvarse, pero eran para el enriquecimiento de ellos mismos. Su autosuficiencia no les permitía reconocer la verdad. Siempre recorren a la mentira. Su vida contradecía la vida y las palabras de Jesús. Los fariseos son los que saben que Dios existe, pero se alejan del Él por egoísmo. Ellos tienen culpabilidad.
San Pablo se pronuncia al respecto de los que no han tenido la suerte de conocer a Cristo. Leemos en la carta a los Romanos, 2,14-15: “Cuando los paganos, que no tienen ley, cumplen naturalmente lo que manda la ley, están escribiendo ellos mimos esa ley que no tienen, y así demuestran que las exigencias de la ley están grabadas en sus corazones. Serán juzgados por su propia conciencia, y los acusará o los aprobará su propia razón el día que Dios juzgue lo más íntimo de las personas por medio de Jesucristo”.
La superioridad del yo humano se funda en la dependencia directa de Dios, condición para que el hombre se realice y se afirme. La primera condición para que brote el interés realmente humano es, pues, su dependencia de Dios. Sin embargo, Jesús no vino para ahorrarnos la responsabilidad de nuestra libertad. Él vino para enseñarnos el camino del amor a Dios y al prójimo. Es la actitud que debemos asumir en todos los problemas que se presentan en la vida. Leemos en Romanos, 12, 2: “No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una nueva renovación interior.” Leemos en Mateo, 19,29: “A ustedes que me han seguido… recibirá cien veces más y tendrá por herencia la vida eterna”. Así sabrán distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto.”
Sin embargo, la Iglesia no puede retirarse dentro e los límites de su propio ambiente. Siempre debemos salir de nuevo para llevar la invitación de Dios a los que no han oído hablar de él o no han sido tocados interiormente por Él. (Esta aporte se inspira en el pensamiento del teólogo L. Giussani).
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".