LA COLUMNA DEL DÍA | Hay una diferencia grande entre conocer bien a alguien y saber algunas cosas de él
Creado el Jueves, 22 de Febrero del 2024 01:01:01 am | Modificado el 22/02/2024 07:11:40 am
Ya no hay un espacio para una realidad transcendental y tampoco para la evaluación del bien y del mal. Aun habiendo percibido a lo largo de su vida esta desproporción el hombre moderno se inclina a plegar el destino a su egoísmo y corrupción. Ni siquiera existe la vergüenza de su propia corrupción.
La Iglesia católica buscaba, en siglos pasados, como respuesta a esta problemática, la justificación racional de la fe. Se consideraba como indigno aceptar una fe que no puede ser establecida por la instancia suprema de la razón. Sin embargo, no se puede probar con la razón que Dios existe y tampoco se puede probar con la razón que Dios no existe. Unos creen que Dios existe y otros creen que no Dios no existe. El ateísmo es también una fe, para algunos en la nada y para otros en la materia.
La fe no tiene su origen en el reconocimiento de algunas verdades. La fe se define a partir de la iniciativa de Dios. La misma fe nos da también la certeza de la fe. La fe crece en profundidad por una comunión cada vez más íntima con Dios. Este valor o esta virtud recibida no es conocimiento nocional sino real por medio de la oración que se entiende como un encuentro, un contacto personal del misterio de Dios con el ser humano.
Este encuentro hace crecer la fe y dirige mi inteligencia. “La constante intimidad por Dios solo, de su kindly light, de su luz atractiva, me permite hacer un acto de fe y ponerlo cada vez con mayor facilidad, a medida que esta luz penetra con mayor profundidad en mi espíritu” (J. H. Walgrave). Este crecimiento de Dios en mí no es más que el crecimiento de fe como virtud, valor acostumbrado. Asumo este movimiento de Dios en mí, por una disponibilidad y respuesta libre a la invitación de Dios.
La relación intersubjetiva nos da una explicación teológica de la fe. Hay una diferencia grande entre conocer bien alguien y saber algunas cosas de él. La Iglesia es en primer lugar una humanidad nueva constituida por el hecho de la encarnación redentora de Cristo. Por el hecho de que Cristo se hizo hombre, todos los seres humanos han quedado ligados a Él, y por El, al Padre. Todos los seres humanos están referidos a la Iglesia en una relación viva de salvación. La sociedad eclesial es el camino normal para llegar a Dios a través de Cristo, pero la voluntad salvadora del Cristo glorificado no está atada por la palabra humana y el sacramento. La encíclica Mystici Corporis afirma que algunos pueden pertenecer a la Iglesia, sin ser socialmente miembros de ella. Todos han sido salvados y glorificados, aunque está redención deberán ser aceptadas y realizadas por la libertad de cada hombre.
El teólogo Luigi Giussani lo explica de la siguiente manera. El que recibe la gracia, aunque sea mediante un don anónimo, recibe todo lo que pertenece esencialmente a la gracia. La gracia es esencialmente comunidad de vida con Dios en Cristo. Esto implica cierto conocimiento íntimo con Dios, con el que la gracia me hace entrar en contacto. Esto no nos da una visión clara y directa de la revelación divina, pero nos proporciona un conocimiento por simpatía que nos connaturaliza interiormente con Dios y nos impulsa hacia él. Aunque el hombre no conozca su origen, toda su vida está animada por esta atracción interior de Dios.
La conciencia existencial, aunque implícita, de la presencia de Dios en el fondo de su ser va a inspirar secretamente su pensamiento. De entre las ideas que circulan en su ambiente, él escogerá instintivamente aquellas que concuerden con su conciencia animada por Dios, al menos durante el tiempo en que se mantenga fiel a esta conciencia. Esta fe encontrará su prolongación en una actitud de apertura y de amor desinteresada hacia los demás.
Este conocimiento latente no se perfecciona sin el reconocimiento explícito de la revelación de Jesucristo, por el encuentro con la predicación de la Iglesia.
En la situación histórica que vivimos es comprensible el rechazo al cristianismo, a Dios mismo, por ignorancia, prejuicios sociales, culturales y filosóficos. Los hombres de buena voluntad están ligados al Señor del amor.
Para seguir a otro hay que abandonar la posición propia. Un hombre aceptaría más fácilmente perderse sí mismo que perder a la persona que ama. Jesús se pone en el centro de esas relaciones, como si fuera el corazón en el que éstas tienen su origen y son el cual no tendrán vida. “Al que se ponga de mi parte ante los hombres, yo me pondré de parte ante mi Padre de los cielos. Y al que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi padre de los Cielos (Mt 10,32-33). Ninguna relación es entera si no tiene la capacidad de afirmarse socialmente.
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".