OPINIÓN. ¡Ay de los pueblos que olvidan su historia!
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:32:21 pm
Sí, Chimbote era pequeño como un niño, y podría decirse que tenía también los pies descalzos, al igual que la mayoría de nosotros, con sus calles terrosas, carentes de asfalto pero eso sí, poseedor de una bahía maravillosa, con una playa amplia de límpida y dorada arena, un mar de turquesas y cristalinas aguas, cuyas juguetonas olas nos invitaban a darnos una refrescante zambullida, o a remontarlas por sobre su mullido lomo; un mar de ensueños en el que bullía la vida como en ningún otro mar, haciéndolo a la vez fuente de abundante vida en la tierra.
Una escena cotidiana y muy familiar en Chimbote por aquellos tiempos, la formaban los pescadores artesanales cada mañana a orillas del mar, halando sus redes colmadas de toda laya de peces, faenas a las que nos uníamos contentos lo niños que, al momento del reparto, teníamos asegurada nuestra buena sarta pescados. Así mismo matizaba el paisaje marino de aquellos tiempos, la Ramada, aquella ramada a orillas del mar, hasta donde llegaban las chalanas con su cargamento de bonito y caballa para ser rajadas y saladas, en tanto las vísceras junto con las hueveras eran separadas para que se las lleve quien las necesitara; y, más allá, pasando el Hotel Chimú, el Muelle, aquel viejo y soñador muelle que gustaba adormilarse al arrullo de cantos de sirena, en embrujadas noches de plenilunio, y en el que los aficionados a la pesca tiraban animosos sus cordeles, y al ratito tenían uno o varios peces atrapados en sus anzuelos.
Pero toda esa abundancia, bendición para los pueblos que desde tiempos inmemoriales tuvieron la ventura de asentarse en sus costas, despertó la codicia de los potentados, quienes en su insaciable afán de amasar fortuna, se dieron a montar fábricas de conserva, harina y aceite de pescado. Como hongos crecieron de la noche a la mañana más de cuarenta fábricas pesqueras, y sin el menor respeto por la naturaleza y el medio ambiente, iniciaron su festín tirando sus desechos directamente al mar, al igual que el humo de sus chimeneas, sin ningún tratamiento, era esparcido de forma directa en la atmósfera contaminándolo todo.
De este modo y en pocos años, Chimbote dejó de ser aquel pequeño y candoroso puertito, para ser transformado en una gran urbe industrial, recibiendo los pomposos títulos de: "Chimbote, capital de la pesca y del acero"; después, "Chimbote, capital industrial del Perú"; y por último, "Chimbote, primer puerto pesquero del mundo"; ¡oh títulos vanos por los que tuvo que pagar un precio muy elevado¡, como fue la depredación y ruina de sus mares, la desaparición de algunas especies emblemáticas de su fauna, mientras otras fueron puestas al borde de la extinción. Su bahía y su atmósfera fueron contaminadas y devastadas sus playas, con graves consecuencias para todo su ecosistema. Así, aquello que la naturaleza tardó millones de años en crear hasta convertirlo en un remanso de vida y de abundancia, la codicia y la irresponsabilidad de los capitalistas y sus gobiernos, lo destruyeron en un abrir y cerrar de ojos.
Mención aparte merece la explosión demográfica que sufrió, pues, atraídos por el renombre que venía obteniendo, y que se dio por llamar el boom de la pesca y del acero, de todas partes del Perú llegó gente con la ilusión de lograr un trabajo digno. El aspirante a obrero llegaba junto con su familia, plantaba unos cuantos palos en algún terreno baldío, los revestía con esteras y allí hacía su vivienda; sin ninguna planificación y sin los más elementales servicios de salubridad. Por ello, a la par del ostentoso título de "Chimbote, primer puerto pesquero del mundo", se ganó también el triste mote de ser la barriada más grande del Perú; vergonzante contraste que, lamentablemente y muy a nuestro pesar, sabíamos que era cierto. Así, Chimbote que a inicios de los años '50 llegaba escasamente a los veinte mil habitantes, a fines de los años '60 bordeaba los doscientos mil.
Otro hecho que merece también mención aparte, es el final que le sobrevino a un cerrito muy querido y añorado por los que llegamos a conocerlo. Todos lo llamábamos, "Cerro Colorado", por su color rojizo. Estaba ubicado a orillas del mar, al pie del hoy llamado "Cerro de la juventud". Allí se irguió orgulloso durante millones de años. Tenía una entrada al mar a manera de península que lo hacía, mitad cerro y mitad isla. Bajo sus aguas vivían enjambres de chitas, cabrillas, cherlos, pejesapos, tramboyos, y tantas otras clases de peces que reciben el nombre genérico de pescado de peña. Aquel Cerro Colorado, criadero natural de las especies más finas de peces, algas y moluscos, ahora ya no existe más. ¿Qué fue de él? Alguien -que jamás debió asomar sus narices por Chimbote-, tuvo la inspiración de sacrificarlo en aras del "progreso", y en aras de ese "progreso", y sin consulta alguna, y sin tener en cuenta las graves consecuencias que se deriven, fue sacrificado arrojándosele al mar para convertirlo en los muelles de ENAPU y de SIDERPERÚ.
Esta demencial ocurrencia causó a Chimbote el mayor desastre ecológico que registra su historia, porque todo el espacio que se le ganó al mar, éste se lo cobró invadiendo el centro de la bahía hasta abarcar casi toda la playa. Pero la cosa no quedó allí, porque esos muelles al carecer de pilotes -es decir, al no estar asentados sobre columnas-, se convirtieron en barreras que impiden el paso de las corrientes marinas que chocan directamente en ellos y son desviadas hacia la orilla. Algunas veces la furia del mar era tal, que amenazaba llevarse las casas del malecón, situación que obligó a colocar una barrera de rocas a lo largo de la orilla para protegerlas. Ahora aquella amplia y hermosa playa, al igual que lo sucedido con el Cerro Colorado, tampoco existe más, ha desaparecido bajo las aguas contaminadas del mar; aguas que muy difícilmente se renuevan por haber quedado embalsadas por los muelles que cortan su curso. Así pues, aquella playa sólo queda en el recuerdo y la añoranza de los viejos chimbotanos, en el anhelo de las nuevas generaciones, y en algunas fotografías de la época. En su lugar están esos hediondos peñascos, lustrosos por el musgo que los cubre, convertidos en criadero de ratas y foco de contaminación.
¡Ay de los pueblos que olvidan su historia!
¡Ay de los pueblos que repiten sus errores!
¿Será que el pueblo olvida su historia porque padece de amnesia? ¿O así lo disponen los misteriosos designios de la vida para favorecer a los opresores? No, el olvido del pueblo no se debe a la amnesia ni a los designios de la vida. El olvido es provocado por los de arriba, por los que manejan los hilos del poder y controlan los medios de comunicación, la prensa, la radio y la televisión; y su propósito no es otro que embrutecer al pueblo. Sí, embrutecer al pueblo para que todo el día esté enchufado al televisor, al radio y a los periódicos; viendo, escuchando y leyendo chismes, morbo y toda clase de huachafería, olvidado de sus valores culturales, olvidado de sus problemas y olvidado del problema de los demás. Un pueblo alienado e ignorante es fácil de ser engañado, manipulado y aplastado. Por eso sus noticieros acallan las luchas del pueblo, y cuando los conflictos adquieren una magnitud tal que ya no los pueden acallar, empiezan con sus verdades a medias, y todos sabemos que una verdad a medias es una mentira; y si esas verdades a medias no les cumplen sus objetivos, sencillamente le dan vuelta a la información y presentan a los villanos como héroes, y a los luchadores sociales como delincuentes y terroristas. ¿Cuántos luchadores sociales yacen bajo tierra, asesinados impunemente por los diversos gobiernos de la burguesía? ¿Cuántos luchadores sociales purgan largas condenas en las cárceles peruanas, y cuántos otros tuvieron que huir del país para proteger sus vidas y las de sus familias? Y por último, ¿cuántos, delincuentes, ladrones, narcotraficantes y genocidas, gozan de plena libertad y encima todavía quieren volver a ser presidentes?
Todo esto no es de extrañar, porque a los peruanos se nos enseña a rendir honores y pleitesía a nuestros verdugos; y cuando hay elecciones, se nos adiestra para votar por ellos. "Está bien que robe pero que haga obra", es una expresión que el común de la gente lo dice muy suelta de huesos; siendo un indicador de que el robo y la corrupción están naturalizados y legitimados en nuestra sociedad. ¿Quién no recuerda que hasta hace poco Francisco Pizarro, ufano, montaba su caballo en una esquina diagonal a la Plaza Mayor (de Lima)? ¿Cuántas ciudades del Perú tienen calles y plazas con nombres como Francisco Pizarro o Diego de Almagro? En el distrito de Miraflores, (también en Lima), la pituquería no se conformó solamente con uno de ellos, y por eso le puso a una de sus calles un nombre que abarque a todos juntos, Los Conquistadores, muy ingenioso; así ninguno de esos verdugos se quedó al margen. En Chimbote hay también quienes no quisieron quedarse atrás, y le pusieron a una urbanización el nombre de su más grande depredador, Luis Banquero Rossi, y con busto y todo para redondear la cosa. A veces me pregunto, ¿qué habrá sido de aquel siniestro personaje que como por arte de magia hizo desaparecer el Cerro Colorado y la playa? Menos mal que no se sabe quién fue, sino, hasta monumento tendría.
Por todo ello, amigas y amigos, la historia de nuestro pueblo, y también la de otros pueblos, no debe ser olvidada; al contrario, debe estar siempre presente en cada uno de nosotros, nos enriquece y nos señala el norte para no volver a caer en los mismos errores, y, llegado el momento, sabremos comportarnos a la altura de los desafíos que nos salgan al frente; en cambio el olvido nos conduce a la pérdida de identidad, y si no hay identidad, no habrá apego; y si no hay apego, no habrá amor ni mística; y si no hay amor ni mística, ¿cómo vamos a estar dispuestos a afrontar una lucha con los riesgos que conlleva? La falta de identidad, de apego, de amor al terruño produce desarraigo, apatía. Siendo así las cosas, no permitamos que triunfen los planes de los de arriba, esos planes de embrutecer al pueblo. Seamos solidarios con los que luchan a fin de que no se aíslen y así no sean aplastados. Volvamos la mirada a nuestras formas ancestrales de reciprocidad. De este modo, cuando llegue nuestro día, recibiremos también el apoyo solidario de los demás. Démosles la contra a los que promueven la indiferencia ante el dolor ajeno, el individualismo antes que el bien común porque nos enfrenta y nos debilita; desterremos el "sálvese quien pueda". Así estaremos haciendo realidad una vez más aquello de: ¡El pueblo unido, jamás será vencido!
*Francisco Vásquez León
Escritor, músico, exdirigente de los trabajadores de Siderperú. Nació en Trujillo, pero desde los 3 años radicó en Chimbote, hasta que en 1996 tuvo que huir del país encontrando asilo político en Suecia. Hace unos días presentó en Chimbote su última novela “Bola de Cristal”.