Sabías que?
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:27:59 pm
puede interpelar la conciencia de los hombres. Si la vida consagrada mantiene su propia fuerza profética se convierte, en el entramado de una cultura, en fermento evangélico capaz de purificarla y hacerla evolucionar. Lo demuestra la historia de tantos santos y santas que, en épocas diversas, han sabido vivir en el propio tiempo sin dejarse dominar por él, señalando nuevos caminos a su generación. El estilo de vida evangélico es una fuente importante para proponer un nuevo modelo cultural. Cuántos fundadores y fundadoras, al percatarse de ciertas exigencias de su tiempo, han sabido dar una respuesta que, aun con las limitaciones que ellos mismos han reconocido, se ha convertido en una propuesta cultural innovadora.Las comunidades de los Institutos religiosos y de las Sociedades de vida apostólica pueden plantear perspectivas culturales concretas y significativas cuando testimonian el modo evangélico de vivir la acogida recíproca en la diversidad y del ejercicio de la autoridad, la común participación en los bienes materiales y espirituales, la internacionalidad, la colaboración intercongregacional y la escucha de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El modo de pensar y de actuar por parte de quien sigue a Cristo más de cerca da origen, en efecto, a una auténtica cultura de referencia, pone al descubierto lo que hay de inhumano, y testimonia que sólo Dios da fuerza y plenitud a los valores. A su vez, una auténtica inculturación ayudará a las personas consagradas a vivir el radicalismo evangélico según el carisma del propio Instituto y la idiosincrasia del pueblo con el cual entran en contacto. De esta fecunda relación surgirán estilos de vida y métodos pastorales que pueden ser una riqueza para todo el Instituto, si se demuestran coherentes con el carisma fundacional y con la acción unificadora del Espíritu Santo. En este proceso, hecho de discernimiento y de audacia, de diálogo y de provocación evangélica, la Santa Sede es una garantía para seguir el recto camino, y a ella compete la función de animar la evangelización de las culturas, de autentificar su desarrollo, y de sancionar los logros en orden a la inculturación[202], tarea ésta «difícil y delicada, ya que pone a prueba la fidelidad de la Iglesia al Evangelio y a la tradición apostólica en la evolución constante de las culturas»[203].