Sabías que?
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:27:59 pm
se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido » (Jn 13, 1-2.4-5).En el gesto de lavar los pies a sus discípulos, Jesús revela la profundidad del amor de Dios por el hombre: ¡en Él, Dios mismo se pone al servicio de los hombres! Él revela al mismo tiempo el sentido de la vida cristiana y, con mayor motivo, de la vida consagrada, que es vida de amor oblativo, de concreto y generoso servicio. Siguiendo los pasos del Hijo del hombre, que « no ha venido a ser servido, sino a servir » (Mt 20, 28), la vida consagrada, al menos en los mejores períodos de su larga historia, se ha caracterizado por este « lavar los pies », es decir, por el servicio, especialmente a los más pobres y necesitados. Ella, por una parte, contempla el misterio sublime del Verbo en el seno del Padre (cf. Jn 1, 1), mientras que, por otra, sigue al mismo Verbo que se hace carne (cf. Jn 1, 14), se abaja, se humilla para servir a los hombres. Las personas que siguen a Cristo en la vía de los consejos evangélicos desean, también hoy, ir allá donde Cristo fue y hacer lo que Él hizo.
Él llama continuamente a nuevos discípulos, hombres y mujeres, para comunicarles, mediante la efusión del Espíritu (cf. Rm 5, 5), el ágape divino, su modo de amar, apremiándolos a servir a los demás en la entrega humilde de sí mismos, lejos de cualquier cálculo interesado. A Pedro que, extasiado ante la luz de la Transfiguración, exclama: « Señor, bueno es estarnos aquí » (Mt 17, 4), le invita a volver a los caminos del mundo para continuar sirviendo el Reino de Dios: «Desciende, Pedro; tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos a fin de llegar, por el brillo y hermosura de las obras hechas en caridad, a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del Señor»[180]. La mirada fija en el rostro del Señor no atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien lo potencia, capacitándole para incidir mejor en la historia y liberarla de todo lo que la desfigura.
La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfigurados por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna[181]. La vida consagrada muestra de este modo, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina es fundamento y estímulo del amor gratuito y operante. Bien convencido de ello estaba san Vicente de Paúl cuando indicaba como programa de vida a la Hijas de la Caridad el «entregarse a Dios para amar a Nuestro Señor y servirlo material y espiritualmente en la persona de los pobres, en sus casas o en otros sitios, para instruir a las jóvenes menesterosas, a los niños y, en general, a todos aquellos que os manda la divina Providencia»[182].
Entre los posibles ámbitos de la caridad, el que sin duda manifiesta en nuestros días y por un título especial el amor al mundo «hasta el extremo», es el anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres.