La Palabra del día 21 de noviembre del 2015
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:28:34 pm
"Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella." Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos." Intervinieron unos escribas: "Bien dicho, Maestro." Y no se atrevían a hacerle más preguntas.Reflexión. Jesús antes de pasar por su Pascua enseñó ya la verdad de su resurrección.
1. Saduceos. Eran una élite aristocrática judía de latifundistas y comerciantes. Sólo aceptaban los cinco primeros libros de la Biblia, o Pentateuco, como Palabra de Dios, por ello también, no creían en una vida después de la muerte física. Pensaban que la bendición de Dios consistía sólo en recibir bienestar material para este mundo. Con su pregunta a Jesús, a partir de un caso ficticio, intentaban ridiculizar la fe en la resurrección.
2. Verdad central de la fe. Jesús se sirve de la cuestión para dar una enseñanza sobre la resurrección. Dice que los que resucitan por ser hijos de Dios: a) serán como ángeles, ya no tendrán la condición corporal, como se pensaba; no habrán bodas, ni necesidad de bienes materiales; b) participan de la Resurrección de su Hijo, esto obtiene con su muerte a los que creen en él; c) Dios es Dios de vivos, nos creó para la vida y nos dio a su Hijo para que tengamos en él vida abundante y eterna.
- Al final del año litúrgico el Señor espera que nuestra fe en la vida plena se haya fortalecido. Que esta fe nos ayude a vivir con más intensidad cada día. Ten un feliz día.
1 Macabeos 6,1-13. En aquellos días, el rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que había sido el primer rey de Grecia. Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado. Entonces llegó a Persia un mensajero, con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el arca sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey. Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, llamó a todos sus grandes y les dijo: "El sueño ha huido de mis ojos; me siento abrumado de pena y me digo: "¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso!" Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera."
Salmo 9. Gozaré, Señor, de tu salvación. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo. R. Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido. R. Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá. R.
Fray Luis Galindo,O.P.