LA COLUMNA DEL DÍA | Es este un misterio muy grande, pues lo refiere a Cristo y a la Iglesia (Efesios, 5,32)
Creado el Jueves, 12 de Diciembre del 2024 01:01:01 am
Leemos en Génesis,1, 27: “Y creó Dios al hombre a su imagen (el misterio del amor). A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó”.
La comunión entre Dios y los hombres, contenido fundamental de la revelación y de la experiencia de fe de Israel, encuentra una significativa expresión en el matrimonio entre el hombre y la mujer que incluye cuerpo, instinto, sentimiento, afectividad, aspiración del espíritu y voluntad. Leemos en la carta de Pablo a Los Corintios, 7,32-34: “El esposo se preocupa de agradar a la esposa y la esposa al esposo. Francisco dice: “Deseos, sentimientos, emociones, eso que los clásicos llaman “pasiones” tiene un lugar importante en el matrimonio”.
Estudios estadísticos han demostrado que, en muchos países de América latina, un alto porcentaje de las familias están encabezadas por las madres solteras. El hombre, el machista, abandona a la familia con mucha facilidad porque no le enseñaron a mostrar afecto por un hijo. El amor conyugal no se puede definir con la categoría del deber. Su perspectiva es la de un camino de crecimiento permanente. Francisco está convencido que la unión matrimonial está enraizada en las “inclinaciones espontaneas de la persona humana”, como algo definitivo. Se comparte y se construye juntos. El impacto inicial, caracterizado por una atracción sensible, se pasa a la necesidad del otro percibido como parte de la propia vida. De allí se pasa a la necesidad del otro percibido como parte de la propia vida. De allí se pasa al gusto de la pertenencia mutua, luego a la comprensión de la vida entera como un proyecto de los dos, a la capacidad de poner la felicidad del otro por encima de las propias necesidades, y al gozo de ver el propio matrimonio como un bien para la sociedad.
El ser humano ha sido creado para amar y no puede vivir sin amor. Su vida está privada de sentido si no participa vivamente en el amor. El amor, cuando se manifiesta en el don total de dos personas, no puede limitarse a emociones y sentimientos, y mucho menos a la expresión sexual. Se debe manifestar en la entrega total. El matrimonio es también una decisión ética, un intercambio de valores.
Cristo dijo: “Ama al prójimo como a ti mismo”. El amor a sí mismo no se puede confundir con egoísmo. Para poder dar valores a la otra persona uno mismo debe vivirlos. En el amor a uno mismo está incluido el amor a la otra persona. El camino para aprender los valores es aprender del ejemplo de cristo, confiar en la presencia de Dios. Cuando el espíritu nos acompaña conseguimos la seguridad del bien, la generosidad y la libertad. La conciencia de su presencia nos permite construir nuestra propia cultura del bien y nos aleja de una conciencia mala.
Francisco dice: “La presencia del Señor habita en mi familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos. Cuando se vive en familia, allí es difícil fingir y mentir, no podemos mostrar una máscara. Si el amor anima esa autenticidad, el señor reina allí con su gozo y su paz. La espiritualidad del amor familiar está hecha de miles de gestos reales y concretos. En esa variedad de dones y de encuentros madura la comunión, tiene Dios su morada. Esa entrega asocia a la vez lo humano y lo divino, porque está lleno del amor de Dios. En definitiva, la espiritualidad matrimonial es una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino”.
*Padre Johan Leuridan, OP, doctor en Teología en la Universidad Urbaniana (Vaticano), personalidad meritoria de la Cultura del Ministerio de la Cultura, miembro honorario de la Academia de la Lengua, doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos y autor del libro "El Sentido de las Dimensiones éticas de la Vida".