Chimbote: ¿Quién dice que los milagros no existen? Acá te contamos uno
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:33:39 pm
Compartimos con ustedes esta historia narrada por el periodista Edwin Azaña.
MILAGRO EN EL ARENAL
Es viernes de febrero, el sol quema a una temperatura de 30 grados. Chimbote es como una gigantesca sauna a cielo abierto. Nadie se salva del sofocante calor, tampoco Anna Marzorati que trabaja metida en una zanja y saca arena con una paleta de metal. La italiana de 24 años tiene el rostro chaposo y pelado por culpa de los rayos de verano. Parece como si estuviese mudando de piel. Tiene cabello castaño, unos hermosos ojos grandes y negros, del cuello le cuelga un crucifijo de madera y mientras converso con ella el viento sopla de forma sorpresiva para darnos un baño de tierra. Hay que escupir para sacar lo que hemos tragado contra nuestra voluntad.
Anna sale de la zanja, salta las columnas de fierro tendidas en el suelo, coge un palo de unos tres metros y, esta vez, ayuda a echar la mezcla de concreto para dar forma a las bases de la obra que construye junto a un grupo de voluntarios italianos y peruanos. Es la única mujer entre decenas de varones más grandes y fuertes que ella. En el asentamiento humano Los Licenciados, Anna y sus amigos han hecho el milagro de crear algo de la nada, de construir un centro de educación inicial donde solo había un viejo contenedor que servía de salón para los niños de la zona. Es el milagro de la solidaridad humana. Es el milagro de ayudar al prójimo con el único beneficio de sentir una invaluable paz espiritual.
“Yo he descubierto en esto un sentido para mi vida, hacer la caridad en el trabajo me gusta más que donar dinero”, cuenta Anna, natural de Milán. Lo único que le molesta es el calor, por lo demás está feliz de haber conocido un nuevo país y una nueva forma de vivir. Está feliz de haberse juntado con gente de su mismo pensamiento misionero. Anna se alisa el cabello y se seca el sudor de la frente con la muñeca derecha para luego continuar con su trabajo. Nunca deja de sonreír.
Mientras Anna se pierde entre fierros y maderas, en el lado este de Nuevo Chimbote Hangela Toribio Chuquihuaura carga los ladrillos que serán usados para el futuro centro de educación inicial de “Los Portales del Sol”. Hangela es profesora del distrito de Tauca y dirige un grupo de obreros italianos y peruanos que trabajan cual hormigas bien organizadas. Aquí también laboran sin descansar Anna Bertoldini y María Zorat llenando de ripio la carretilla. Da la impresión de que las dos jóvenes desaparecen cada vez que usan la pala. El polvo las hace ver como fantasmas en el arenal. Anna y María me muestran sus manos y me sorprende que no tengan ampollas. “Nosotras ya estamos acostumbradas”, me explica María Zorat. Verdaderas mujeres de hierro, lo cual contrasta con su lado humano más sensible.
Ya son las diez de la mañana y Hangela Toribio empieza a repartir tajadas de sandías entre sus obreros para tratar de aplacar el sofocante calor chimbotano. “Todo lo que hacemos es de forma voluntaria. Lo hacemos con el único fin de darle un sentido a nuestra vida, para alejarnos de las cosas materiales de la tierra. Sacrificamos nuestra juventud por los pobres”, me explica Hangela sin dejar de repartir las tajadas de sandía entre sus compañeros. Unos están sentados sobre la arena, otros sobre rumas de ladrillos y otros recostados sobre las paredes que ya cercan las nuevas aulas.
Todos los días cuadrillas de italianos y peruanos llegan a los asentamientos humanos “Los Licenciados”, “Los Portales del Sol”, “José Sánchez Milla” y “Los Ficus” para construir, por ahora, cuatro centros de educación inicial para los niños de esas invasiones de Nuevo Chimbote. La municipalidad solo les facilitó el terreno y los voluntarios de la Operación Mato Grosso se encargaron de hacer el resto. Los jóvenes trabajan de lunes a sábado. Un camión los trae desde la zona agrícola de Tangay Medio (allí tienen una casa de retiro), a las ocho de la mañana en punto empiezan a trabajar, almuerzan al medio día y terminan su jornada a las cinco y media de la tarde. En cada lugar hay grupos de treinta obreros que hacen de la solidaridad algo real y verdadero. Todos ellos vienen de diferentes partes de la sierra de Áncash donde la Operación Mato Grosso desarrolla actividades sociales en beneficio de la gente pobre. Hay voluntarios de lugares como Huaraz, Piscobamba, Chacas y Quiches.
Cuando los voluntarios de Mato Grosso llegaron en los primeros días de enero con decenas de volquetadas de ripio, miles de ladrillos y cientos de bolsas de cemento para hacer “La obra de Dios”, todos los vecinos de los pueblos beneficiados se sorprendieron. No podían creer cómo es que gente a la que nunca habían visto decidieron darles educación para sus hijos a cambio de nada. Lo que hasta hace poco eran extensos campos de arena y polvo hoy se han convertido en lugares de esperanza para una mejor educación. Y con puntualidad europea, los cuatro centros de educación inicial tienen que estar listos para fines de marzo. Calculo que cada obra tiene un cincuenta por ciento de avance.
En la ejecución de las obras no hay un sol de aporte del Estado, menos de empresas con “responsabilidad social” que parecen haberse extinguido. Todo es gracias al trabajo mancomunado de los voluntarios. “El dinero para hacer las obras lo hemos conseguido con otros trabajos que realizamos los voluntarios. Lo que hacemos es algo difícil de explicar en dos palabras, pero es algo que te llena y hace feliz. No lo hacemos por plata, sino por un ideal mucho más alto que se transmite de persona a persona. No vivir solo para mí, también vivir para la gente pobre, para mi prójimo”, afirma con convicción Mauro Bambozzi, de 24 años, quien trabaja en “Los Portales del Sol”.
Cuando veo a los italianos y peruanos de Mato Grosso me parece ver a San Francisco de Asís. Francisco de Asís era de familia adinerada y no le faltaba nada, pero desde joven decidió desprenderse de toda riqueza material para entregar su vida a los pobres. Vivía solo con lo necesario y de la forma más sencilla. Y es ese el ideal con el que viven los voluntarios. No les falta riqueza material porque no la necesitan, su única aspiración personal es ser feliz ayudando a las personas que necesitan de una mano amiga. Pienso que son unos privilegiados, pues no todos tienen esa capacidad de ver y sentir la vida de forma tan diferente: no solo pensar en uno mismo, también pensar en el resto.
Cada centro de educación inicial albergará a cien niños menores de cinco años que recibirán estudios y alimentación gratis. Cada construcción tiene un costo promedio de 400 mil soles, financiados íntegramente por los voluntarios de la Operación Mato Grosso que lidera el párroco italiano Ugo De Censi, quien, pese a sus 91 años, no se cansa de trabajar sin descanso por la gente más humilde. Me pregunto cómo hace este hombre para convencer a miles de jóvenes para que se sumen a tan noble causa solo por pura satisfacción espiritual. Cómo hace para ser fuente de inspiración y guía de hombres y mujeres. También me pregunto cómo es que a los italianos una obra les cuesta en miles de soles, mientras que al Estado peruano le cuesta en millones de soles. La respuesta está en la honestidad y en las buenas intenciones que tienen los voluntarios de la Operación Mato Grosso.
“Hemos visto que los niños de Chimbote nos necesitan y por eso hemos venido a trabajar sin cobrar nada. Eso es lo que nos ha enseñado el padre Ugo, apoyar a nuestros hermanos”, me dice Abraham Vega, quien trabaja clavando las maderas en la obra de “José Sánchez Milla”.
Cuando les pregunto a los voluntarios por qué dejan sus vidas personales y comodidades, todos me dan la misma respuesta: el ideal de ayudar al prójimo es lo que les mueve y les conmueve. Principio de vida difícil de entender para el hombre de hoy que vive en un mundo egoísta e indiferente.
Lo que hacen los voluntarios de Mato Grosso no tiene un valor monetario, pues es mucho más que eso. Lo que hacen es solo para fortalecer sus convicciones y sentir una satisfacción espiritual por ayudar a quienes menos tienen o no tienen nada.
Italianos y peruanos pronto regresarán a sus lugares de origen, pero dejarán una huella imborrable de su corto paso por una ciudad que solo conocían por nombre.
Edwin Azaña