Que lo sostengan con sus oraciones para perseverar en su servicio a Cristo
Creado el Miércoles, 10 de Febrero del 2016 11:25:38 pm
Como de costumbre, este encuentro del Papa con los files del mundo comenzó con una breve introducción litúrgica:En su catequesis el Obispo de Roma retomó el tema de la oración, en esta ocasión basándose en un texto de los Hechos de los Apóstoles. Sigue el resumen que el Papa leyó en nuestro idioma para los numerosos peregrinos procedentes de América Latina y de España:
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy retomamos el tema de la oración en nuestras catequesis con un texto de los Hechos de los Apóstoles. Pedro y Juan acaban de salir de la cárcel, después de haber sido apresados por predicar el evangelio, y se encuentran con la comunidad reunida. Ésta, al escuchar lo ocurrido, no busca cómo reaccionar o defenderse, ni qué medidas adoptar, simplemente reza. Su plegaria es unánime y concorde, ya que lo que vive un hermano atañe a todos. No se atemoriza, ni se disgrega, sino que se afianza su unión, porque está sostenida por la oración. Como el Señor en Getsemaní, se confía en la presencia, la ayuda y la fuerza de Dios. Al rezar, lee la Escritura a la luz del Resucitado y comprende su propia historia dentro del proyecto divino; no pide salir indemne del peligro, ni el castigo de los culpables, solamente “valentía para anunciar” la palabra de Dios y que Él acompañe este anuncio con su mano poderosa.
Al saludar cordialmente en su idioma a los peregrinos polacos, el Pontífice les dijo que de la comunidad de los creyentes de la época apostólica aprendemos la oración confiada. Y los invitó a ver, a la luz de la fe, los eventos de cada día, las dificultades y los problemas, buscando las respuestas a las preguntas sobre el sentido de la vida y sobre la vocación de cada uno en la Palabra de Dios.
Al saludar de corazón y bendecir a los peregrinos croatas, el Papa les deseó que, henchidos por la alegría pascual y fortalecidos por la Divina Misericordia, permanezcan siempre firmes en la fe y fieles en el amor.
También saludó con afecto a los peregrinos eslovacos, de modo particular a los procedentes de la Parroquia de Krivá na Orave. Antes de bendecirlos a todos ellos y a sus familias, el Santo Padre les manifestó su deseo de que esta visita a los lugares sacros de Roma renueve su fe cristiana.
Hablando en lituano Benedicto XVI dio su bienvenida al grupo de peregrinos de la Parroquia de Cristo Rey de Klaip?da. Y formuló votos para que “el Señor Resucitado, que ilumina el sentido de la vida, los colme de copiosos dones y de sus bendiciones durante esta peregrinación”.
El Papa también habló en rumano para saludar con afecto a los peregrinos presentes esta mañana en la Plaza de San Pedro, a quines exhortó a llevar por doquier la paz de Cristo resucitado, “viviendo con alegría este tiempo pascual”.
Por último, hablando en italiano, el Santo Padre expresó su cordial gratitud por las felicitaciones recibidas por el séptimo aniversario de su elección. Y les pidió que lo sostengan siempre con sus oraciones, a fin de que, con la ayuda del Espíritu Santo, pueda perseverar en su servicio a Cristo y a la Iglesia.
Al dirigirse a los peregrinos italianos, Su Santidad saludó de modo particular a los participantes en el Seminario organizado por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz; a las religiosas que participan en el curso de formación de la Unión de Superioras Mayores de Italia; a los misioneros Verbitas y a los fieles que recuerdan el 250° aniversario de la fundación de la Congregación de las Religiosas Trinitarias, entre los cuales numerosos grupos de estudiantes.
De la misma manera el Papa saludó a los jóvenes que recibirán el Sacramento de la Confirmación de la diócesis de Grosseto, acompañados por su Obispo, Mons. Franco Agostinelli; a los novicios de la Abadía de Noci y a los seminaristas de la diócesis de Conversano-Monopoli; así como también a los representantes del Hospital de Santa Ana y San Sebastián de Caserta. “Que este encuentro –les deseó el Pontífice– sea para todos una ocasión providencial para reforzar la fe en Cristo resucitado.
Por último, al dirigir un pensamiento a los jóvenes que participaron en esta audiencia, caracterizada por la presencia de numerosos estudiantes de las diversas regiones italianas, Benedicto XVI les recordó que también a ellos, como a los primeros discípulos, Cristo resucitado les repite: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). Y les pidió que respondan “con alegría y con amor a estas palabras”. A los queridos enfermos presentes, el Papa les deseó que la resurrección de Cristo sea fuente inagotable de consuelo y de esperanza. Mientas a los recién casados, los invitó a ser “testigos del Resucitado con su amor conyugal”.
Saludos del Santo Padre en nuestro idioma:
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los participantes en el Curso de actualización sacerdotal que se celebra en el Pontificio Colegio Español de San José, al Capítulo General de las Religiosas de María Inmaculada y a los demás grupos provenientes de España, México, Perú, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a pedir a Dios, que también hoy su Espíritu ilumine nuestra lectura de la Sagrada Escritura y sostenga el anuncio libre y valiente de su Palabra hasta los confines de la tierra. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas,
después de las grandes fiestas, reanudamos las catequesis sobre la oración. En la audiencia antes de Semana Santa nos centramos en la figura de la Beata Virgen María, presente entre los Apóstoles en oración, cuando esperaban la venida del Espíritu Santo. Una atmósfera de oración acompaña los primeros pasos de la Iglesia. Pentecostés no es un episodio aislado, ya que la presencia y la acción del Espíritu Santo guían y animan de manera constante el camino de la comunidad cristiana. En los Hechos de los Apóstoles, de hecho, San Lucas, además de contar la gran efusión que tuvo lugar en el Cenáculo cincuenta días después de la Pascua (cf. Hch 2,1-13), informa de otras irrupciones extraordinarias del Espíritu Santo, que vuelven en la historia de la Iglesia. Hoy quiero centrarme en lo que se ha llamado el "pequeño Pentecostés", que tuvo lugar en la culminación de una etapa difícil en la vida de la Iglesia naciente.
Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que, después de la curación de un paralítico a la entrada del Templo de Jerusalén (cf. Hch 3,1-10), Pedro y Juan fueron arrestados (Hechos 4,1) porque anunciaban la resurrección de Jesús a todo el pueblo (cf. Hch 3,11-26). Tras un juicio sumario, fueron puestos en libertad. Regresaron con sus hermanos y les contaron cuanto habían sufrido debido al testimonio de Jesús resucitado. En ese paso dice San Lucas que "todos unánimemente elevaron su voz a Dios" (Hechos 4.24). Aquí San Lucas registra la mayor oración de la Iglesia que encontramos en el Nuevo Testamento, al final de la cual como hemos escuchado " tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios " (Hch 4 , 31).
Antes de considerar esta hermosa oración, se observa una actitud subyacente importante: ante el peligro, la dificultad, la amenaza, la primera comunidad cristiana no trata de hacer un análisis sobre cómo reaccionar, encontrar estrategias de cómo defenderse a sí mismos, o qué medidas tomar, sino que ante la prueba empiezan a rezar, se ponen en contacto con Dios.
¿Qué característica tiene esta oración? Se trata de una oración unánime y que coincide con toda la comunidad, que se enfrenta a una situación de persecución por causa de Jesús. En el original griego San Lucas utiliza el vocablo “homothumadon” " todos juntos " “de acuerdo "- un término que aparece en otras partes de los Hechos de los Apóstoles, para enfatizar esta oración perseverante y unida (cf. Hch 1,14, 2,46). Esta concordia es el elemento fundamental de la primera comunidad y debería ser siempre fundamental para la Iglesia. No sólo es la oración de Pedro y Juan, que se encontraban en peligro, sino de toda la comunidad, porque lo que viven los dos Apóstoles, no se refiere y afecta solo a ellos, sino a toda la Iglesia. Frente a las persecuciones sufridas por causa de Jesús, la comunidad no sólo no tiene miedo y no se divide, sino que está profundamente unida en la oración, como una sola persona, para invocar al Señor. Esto, creo, es el primer prodigio que se produce cuando los creyentes son desafiados a causa de su fe: la unidad se refuerza, en lugar de verse comprometida, ya que está sostenida por una oración inquebrantable. La Iglesia no debe temer las persecuciones que en su historia se ve obligada a soportar, sino que debe confiar siempre, como Jesús en Getsemaní, en la presencia, en la ayuda y el poder de Dios, invocado en la oración.
Demos un paso más: ¿Qué es lo que pide la comunidad cristiana a Dios en este momento de prueba? No pide la seguridad por vida frente a la persecución, ni que el Señor castigue a los que han encarcelado a Pedro y a Juan; piden solamente que se les conceda "proclamar con toda libertad" la Palabra de Dios (cf. Hch 4:29). Pide no perder la valentía de la fe, el coraje de anunciar la fe. Pero antes trata de comprender en profundidad lo que ha sucedido, trata de leer los acontecimientos a la luz de la fe y lo hace precisamente a través de la Palabra de Dios, que nos permite descifrar la realidad del mundo.
En la oración que se eleva al Señor, la comunidad, ante todo, recuerda e invoca la grandeza y la inmensidad de Dios: "Señor, tú que creaste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos" (Hechos 4 24). En la Invocación al Creador, sabemos que todo viene de Él, que todo está en sus manos, este es el conocimiento que nos da confianza y el coraje de que todo viene de Él, de que todo está en sus manos. A continuación, pasa a reconocer cómo Dios ha actuado en la historia. Comienza con la creación y continúa en la historia. Cómo ha estado cerca de su pueblo, mostrándose un Dios interesado en el hombre, que no se retira, que no abandona al hombre, y aquí se menciona explícitamente el Salmo 2, a la luz del cual viene leída la situación de dificultad que está viviendo en aquel momento la Iglesia.
El Salmo 2 celebra la entronización del rey de Judea, pero se refiere proféticamente a la venida del Mesías, contra el cual nada podrán hacer la rebelión, la persecución, ni las injusticias de los hombres: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos hacen vanos proyectos? Los reyes de la tierra se rebelaron y los príncipes se aliaron contra el Señor y contra su Ungido». (Hch 4,25) Es lo que nos dice proféticamente el Salmo sobre el Mesías. Y en toda la historia vemos esta característica rebelión de los poderosos contra el poder de Dios. Justo leyendo la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios, la comunidad puede decirle a Dios en su oración: «realmente se aliaron en esta ciudad..., contra tu santo servidor Jesús, a quien tú has ungido. Así ellos cumplieron todo lo que tu poder y tu sabiduría habían determinado de antemano». (Hch 4,27).
Lo que ha sucedido se lee a la luz de Cristo, que es la clave para comprender también la persecución, la cruz que es siempre la clave para la Resurrección. La oposición contra Jesús, su Pasión y Muerte, se releen a través del Salmo 2, como actuación del proyecto de Dios Padre por la salvación del mundo. Y aquí se encuentra también el sentido de la experiencia de persecución, que la primera comunidad cristiana está viviendo; primera comunidad que no es una simple asociación, sino una comunidad que vive en Cristo; por lo tanto, lo que le sucede forma parte del diseño de Dios. Como le sucedió a Jesús, también sus discípulos encuentran oposición, incomprensión, persecución. En la oración, la meditación sobre la Sagrada Escritura a la luz del misterio de Cristo ayuda a leer la realidad presente dentro de la historia de salvación que Dios actúa en el mundo, siempre a su modo.
Precisamente por este motivo, la solicitud que la primera comunidad cristiana de Jerusalén dirige a Dios en la oración no es la de ser defendida, ni de que se le ahorre la prueba, o la de lograr éxito, sino solamente la de poder proclamar con «parresia» es decir con franqueza, con libertad, con valentía, la Palabra de Dios (cfr Hch 4,29).
El ruego añade luego el que este anuncio esté acompañado por la mano de Dios, para que se realicen curaciones, signos y prodigios (cfr Hch 4,30), para que sea visible la bondad de Dios, es decir, una fuerza que trasforme la realidad, que cambie el corazón, la mente, la vida de los hombres y traiga la novedad radical del Evangelio.
Cuando terminaron de orar - anota san Lucas - «tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios». (Hch 4,31). Tembló el lugar, es decir que la fe tiene la fuerza de transformar la tierra y el mundo. El mismo Espíritu que habló por medio del Salmo 2 en la oración de la Iglesia, irrumpe en la casa e inunda el corazón de todos aquellos que han invocado al Señor. Éste es el fruto de la oración coral que la comunidad cristiana eleva a Dios: la efusión del Espíritu, don del Resucitado que sostiene y guía el anuncio libre y valiente de la Palabra de Dios, que impulsa a los discípulos del Señor a salir sin miedo para llevar la buena nueva hasta los confines del mundo.
También nosotros, queridos hermanos y hermanas, debemos saber presentar los acontecimientos de nuestra vida cotidiana en nuestra oración, para buscar su significado profundo. Y así como la primera comunidad cristiana, también nosotros, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios, a través de la meditación sobre la Sagrada Escritura, podemos aprender a ver que Dios está presente en nuestra vida, presente aun en los momentos difíciles, y que todo – también las cosas incomprensibles – forma parte de un diseño de amor superior, en el que la victoria final sobre el mal, sobre el pecado y sobre la muerte es verdaderamente la del bien, de la gracia, de la vida, de Dios.
Así como a la primera comunidad cristiana, la oración nos ayuda a leer la historia personal y colectiva en la perspectiva más justa y fiel, la de Dios. Y también nosotros queremos renovar el pedido del don del Espíritu Santo, que caliente el corazón e ilumine la mente, para reconocer cómo el Señor realiza nuestras invocaciones según su voluntad de amor y no según nuestras ideas. Guiados por el Espíritu de Jesucristo, seremos capaces de vivir con serenidad, valentía y alegría en cada situación de la vida y, con san Pablo gloriarnos «de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,3-5). Gracias.